31/7/09

Último día de playa



Último día de playa y del mes de julio. Me ha despertado un operario municipal con una cortadora de césped a las nueve de la mañana. Ahora que el molesto repiqueteo ha concluido, después de sacar de sus camas a más de medio vecindario, son las diez. Hace un día radiante, preludio de la borrasca que se anuncia para los próximos días dando la bienvenida al mes de agosto. Resulta un tanto sorprendente que el veraneante convierta la previsión meteorológica en una de sus obsesiones pero qué le vamos a hacer. Última micro-encuesta playera sobre hábitos de lectura: por la mañana, cinco lectores (ninguno con la trilogía comentada); por la tarde, catorce lectores (tres de ellos con el best-seller del año en alguno de sus tres clones). Alguna combinación curiosa: pareja con niño de poco más de un año, él lee a Stieg Larsson y ella La soledad de los números primos, de Paolo Giordano (editado por Salamandra). Y de Salamandra es también la novela que yo leo estos días, a saltos, en la playa: La historia del amor, de la neoyorquina Nicole Krauss.

30/7/09

La historia de David Fischer


Ayer recibimos el borrador definitivo de la novela en la que ha estado trabajando durante el último año Beatriz Bejarano del Palacio (su anterior trabajo para nuestra colección de Narrativa fue Sólo una palabra tuya, del novelista irlandés Niall Williams). Se trata de Beign written, del escritor estadounidense William Conescu.
¿De qué va una novela de un escritor novel para que nos arriesguemos a editarle por vez primera en español?
Daniel Fischer tiene un don: puede escuchar el sonido del lápiz a medida que se va escribiendo su historia. Ya ha estado en otros libros antes pero eran papeles poco importantes, secundarios, esta vez va a hacer lo que sea con tal de ganar protagonismo, todo lo que sea necesario. William Conescu sumerge al lector en el papel nada envidiable de Daniel Fischer a lo largo de su prosaica y extraordinaria vida. El resultado es un cuento impactante sobre un hombre en crisis y sobre los extremos a los que llegará para justificar el espacio que ocupa en la página de la novela. Subversiva, cómica y mordaz, Being Written nos enseña que hay pocas cosas en las que podamos confiar: ni en nuestros amigos, ni en nosotros mismos ni por supuesto en lo que leemos.
William Conescu nació en Nueva York y creció en Nueva Orleans. Licenciado por la Universidad de Carolina del Norte obtuvo un MFA en Escritura Creativa por North Carolina State University. Sus relatos cortos han sido publicados en revistas como The Gettysburg Review, New Letters y Green Mountains Review, entre otras. Beign written (Harper Perennial, 2008) es su primera novela publicada y ha sido traducida y editada en la primavera de 2009 en Alemania y Holanda. Este próximo otoño esperamos que podáis encontrarla en las librerías españolas.

29/7/09

Pequeña encuesta a pie de playa


Un pequeño paseo entre toallas y sombrillas para constatar mis lamentos como editor en chanclas. Paseo fallido. O gozoso. Sólo once lectores con libros esta mañana en la playa (no contamos las revistas ni los magazines de fin de semana ni, por supuesto, los pasatiempos): y de los once ¡NINGÚN EJEMPLAR DE LA TRILOGÍA DEL SUECO!

¿Estaré soñando?

Ya tenemos otra vez aquí la cola de la borrasca...

27/7/09

Léxico para otro verano


Una de las cosas que más le molestaba a mi ex era que yo le preguntara a los niños "¿te mancaste?" en lugar de decirles "¿te hicíste daño?". Ahora mi hija, de tres años, dice "me cayó", en vez de "se me ha caído". Dos semanas durmiendo a pierna suelta por las noches frente a la alternativa de quedarse pegado por el calor y el insomnio sobre la sábana de cualquier cama mediterránea, dos semanas de correr y jugar sin miedo por las calles, de pasear en bicicleta y hasta de no tener que ir -por obligación ni estrictos horarios de hotel vacacional en pensión completa- a la playa, son dos semanas que dan para mucho.
Recuerdo una anécdota de cuando era pequeño. Supongo que tendría siete u ocho años. Estaba con mis padres en una fiesta de Castropol. Recuerdo un prado de hierba crecida y unos puestos con unas borriquetas y mostradores de madera donde servían las bebidas. Mucha gente. Me dan una moneda de un duro para comprar algo. Me marcho a ello y regreso, al poco, llorando:
-¿Qué te ocurre?, me preguntan.
Y yo respondo:
-¡Es que un guaje me empujó y me cayó el duro al suelo y sólo encontré cuatro pesetes!
También recuerdo, como una pequeña herida, cómo decían los de aquí que hablabamos los veraneantes de Madrid:
-Jjjjjjo, macho. Qué jjjjjjjjjjjjjjjjilipoyas ejjjjjjjjjjjjes.
Léxico para otro verano:
Chalano, por barca pequeña.
Lancha, por barca.
Andarica, por nécora,
Zampeña, por cangrejo
Prestar, por gustar
Mancar, por hacer daño
Marchar, por ir
Topar, por encontrar, dar con algo
Me gusta hablarles a mis hijos con la pluralidad del lenguaje de mi infancia: ¿te prestó venir a Tapia? Disfruta, marchamos este viernes...
Es un lenguaje que suena como el agua cuando golpea en las paredes del muelle, en marea alta, con los malecones a punto de quedar inundados bíblicamente.

26/7/09

Liturgias del veraneante

De entre todas las liturgias del veraneante yo me quedo, si hay que elegir, con el paseo hasta la punta del muelle para contemplar cada tarde (si es que la nubes y la meteorología lo permiten, asunto bastante importante por aquí) el ocaso; el momento en que esa gran pelota anaranjada se zambulle definitivamente en el horizonte hasta otro día. Ayer tuvimos una bella puesta de sol. Y yo olvidé mi cámara en el hueco de las escaleras de la casa desde la que ahora, ya desperezado, escribo estas líneas. Parece como si durante los lentos minutos en que el sol se acuesta todo se detuviera. Hay una calma irreal, las respiraciones se suspenden, nadie habla, todos miran a lo lejos, esbozan una teoría sobre la belleza en silencio, alaban las virtudes del estío, esgrimen los teléfonos móviles e inmortalizan el momento. En las terrazas, a salvo de otras tentaciones, las jarras de cerveza esperan pacientes mientras las miradas se pierden entre los destellos que llegan desde las lanchas y los malecones enfrentados que parecen, ahora, casi rozarse. Las siluetas de los pescadores, contra el reverbero, se convierten definitivamente en irreales, en parte del cuadro, en esencia de lo sublime. Todos nos sentimos mejores al calor de la puesta de sol. El tiempo queda suspendido del último rayo mientras la luz del astro ahogado se proyecta sobre el cielo y lo tiñe de tonalidades rosáceas inundando el fondo malva cada vez más con su último gemido de luz. Todo está, ya digo, en suspense. Entonces atrona una música de móvil y una voz gutural retumba en mitad de la escena, desperezándonos: "¿dónde dices que está la calle? Es que no la encuentro..."

Y así la magia se desvanece. Hasta el día siguiente. Y la gente continúa su camino. Yo, también.

25/7/09

Cormac McCarthy - La carretera

Lo lamento. En contra de lo que dicen algunas críticas y algunos lectores: yo no fui capaz de leerme este libro de McCarthy de un tirón. Me gusta sentirme un bicho raro. Es lo que me pasa ahora en la playa. Llego cargado con una mochila con las toallas y los bañadores de recambio de los niños. En otro bolsón acarreo el cubito para la arena, los rastrillos y las palas del Imaginarium, los moldes de colores con osos y cangrejos y otras cosas por el estilo. Cuando puedo, si me quedan manos y ganas, cargo también con un par de tablas para coger olas. En fin, que odio a esas señoras (en la playa, en pleno verano, como en el metro, en pleno invierno, las únicas que leen son las mujeres de treinta y muchos en adelante) cómodamente sentadas en su sillita playera, cara al sol, embutidas en sus gafas de cristales tintados, pamela bien calzada mientras yo les digo a los niños, tumbado en la toalla y bien rebozado: "coño, no me echéis arena, que estoy leyendo". Bueno, a lo que iba. Que me gusta sentirme un bicho raro. Y este verano, cuando miro alrededor y espío lo que leen esas mujeres me entra un poco de desanimo: el best-seller tiene nombre sueco. Y, ya, que los hombres que no amaban a las mujeres está por todas partes, un chapapote de librería. Galipote le llamábamos por aquí, cuando guajes. Y eso: que yo al Pulitzer 2007 de Narrativa me lo he traído a la playa un poco por llevar la contraria y poner una nota discordante y, otro poco, por la tenacidad del free lance: acabar cueste lo que cueste. Y me ha costado meses: lo empecé allá por febrero y lo dejé, sucesivamente, en la mesilla de noche, en la bolsa de viaje, en algún hotel miserable donde yo me creía el único alojado, etc, etc. Y lo dejé, precisamente, porque ni fú ni fá. Lo siento, Debolsillo. Y eso que al final, después de todas esas páginas donde sólo pasa que no pasa nada (prescindibles), el tío me toca la fibra sensible y dice: "Él intentó hablar con Dios pero lo mejor era hablar con su padre y eso fue lo que hizo y no se olvidó. La mujer dijo que eso estaba bien. Dijo que el aliento de Dios era también el de él aunque pasara de hombre a hombre por los siglos de los siglos". Doscientas nueve páginas para llegar ahí. Joder, pues haber empezado por eso ¿no?

24/7/09

De incendios estivales

Mientras cuatro tercios del país se achicharran a la sombra, en este rincón cantábrico vuelve a amanecer con el horizonte encapotado y un viento frío y desapacible del sur que barre los restos de las cáscaras de pipas que dejaron, anoche, los adolescentes en su sincréticas conversaciones a los pies de las escaleras que llevan al faro. Lleva España cinco días ardiendo por los cuatro costados y aquí, en los confines occidentales de Asturias, no vemos otro incendio (afortunadamente) que el que otorga bien tarde, cada ocaso, el sol al ponerse sobre los extremos de la tierra que son, en la lejanía, los del Cabo Burela, en la vecina Galicia. Nubes grises, panzudas y cargadas de agua que, cada tanto, descargan su mercancía con una rabia silenciosa y, luego, vuelven a dejar la hierba destelleante y las toallas, en sus tendederos, empapadas. Imagino ahora, humeantes y calcinados, los bellos parajes de Horta de Sant Joan (donde un joven Picasso amó por vez primera el horizonte terroso del pagés de tierra adentro), las profundidades verdes e ignotas de la serranía conquense en los versos de Diego Jesús Jiménez, el sabor pardusco de la tierra turolense donde muriera el hermano miliciano y mayor de Angelina Gatell o el mesetario desierto de la planicie sur soriana que tanto amó Machado. El diario digital afirma que el fuego asola Mojácar, en el vacío almeriense, o que no sé cuántas hectáreas se esfumaron como humo en los alrededores de Castrocontrigo, en los límites orientales de esa Cabrera Alta leonesa que hace tan sólo tres semanas recorría con el asombro bien metido en los ojos. Circulo por la autovía del Cantábrico con los jirones de niebla baja enronchados en las empinadas y boscosas laderas del camino entre Otur y Puerto de Vega, con la lluvia golpeando furiosa en el parabrisas delantero del coche mientras los niños preguntan, una y otra vez, si queda mucho para llegar. Conduzco de regreso de Gijón y su Aquarium, sin haber visto al poeta David González, y recupero otros incendios estivales, esos que no salen en las páginas de los diarios salvo cuando ya engrosan la dramática lista de sucesos, esos incendios que se prenden en unos ojos cautivos no se sabe bien porqué y que luego, pasado el tiempo, dejan hectáreas afectivas calcinadas y preguntas sin respuesta y paseos en doliente soledad. Corro a buscar respuestas en los refugios de la infancia, en los dentudos acantilados, en la espuma de las olas y el balanceo de los chalanos, en los gritos de los guajes corriendo tras la pelota, en el asombro de la primera mirada de un niño y, sobre todo, en el calor del abrazo de mis dos hijos. En la vida, que sigue, contra todo.

14/7/09

Luis Buñuel en Toledo


Ando trabajando en un artículo sobre el tapeo (casi inexistente, en mi opinión) en la capital toledana. Me refiero al tapeo tan al uso en otras ciudades como Zaragoza, Pamplona, San Sebastián, Bilbao, Burgos, Logroño, Valladolid, Málaga, Granada o Córdoba, por poner algunos ejemplos. Un tapeo de barras atestadas con pequeñas y sabrosas creaciones culinarias que han devuelto a la gente el gusto por el chateo y la conversación con los amigos. Una costumbre bastante cara, por cierto. El caso es que este pasado domingo, desafiando a las previsiones meteorológicas (y también a las lógicas, que recomendaban quedarse tumbado a la sombra sin hacer nada) me aventuré por las callejas de esta laberíntica ciudad milenaria y realicé un rápido reconocimiento de locales y propuestas. Nunca antes había encontrado a Toledo tan vacío de turistas, lo que hizo crecer en mí (el calor también, seguro) esa sensación de irrealidad, de viaje en el tiempo, que me asalta cada vez que pongo el pie en la ciudad.
Tengo un amigo que, a día de hoy, se niega a visitar Toledo. Sospecho que para él la ciudad es una especie de etiqueta con rancio sabor franquista, la eterna foto que muestra al dictador y al general Moscardó y a "los valientes héroes del Alcázar" que, como una letanía escolar surgida de la oscuridad, resuena en su cabeza. Anda muy equivocado, el pobre. Toledo siempre despertó admiración en otros muchos artistas e intelectuales de pasado nada sospechoso. Recuerdo ahora una exposición realizada aquí sobre la obra de Sorolla (ahora en el Museo del Prado), otro admirador secreto de los vericuetos de Toledo. Bueno, decía que andaba un poco exhausto subiendo y bajando callejones cuando llegué, casi en uno de los laterales de la catedral a topatrme con una de las tabernas centenarias que sobreviven en Toledo: la Taberna El Botero. Se trata de un pequeño local adornado con multitud de fotografías en blanco y negro sobre la ciudad. Uno de los cuadros me llamó la atención. Hablaba de otra exposición, realizada hace un par de años, sobre una (para mí) desconocida Orden de Toledo y vinculada a Luis Buñuel. Buñuel, Calanda, José Donoso, Calaceite. Los poemas de un novelista, el libro de poemas escrito en buena medida por el chileno Donoso durante su estancia, a principios de los setenta en aquella pequeña localidad turolense y que editamos a finales del pasado mes de mayo. La Orden de Toledo la fundó un jovencísimo Buñuel en el año 1923. Una especie de anti-guía para descubrir Toledo que reunió a amigos del cineasta como Dalí, Alberti y Mª Teresa León, Pepín Bello y García Lorca, entre otros. Una visión de la ciudad alejada de los tópicos que la dictadura lanzó sobre ella. Una excusa más que ofrecer a mi amigo para que enmiende su error y deje de privarse de alguna de las estampas más bellas del país, como esta foto que acompaña y que muestra la ciudad y la hoz del Tajo desde los Cigarrales. Esta mañana he buscado en Google más información sobre Buñuel y sus amigos. Y he descubierto un blog muy interesante con una entrada esclarecedora. Se llama Toledo Olvidado y no tiene desperdicio. Yo, mientras, regresaré al estío abrasador de la ciudad en unas horas y trataré de concluir mi trabajo antes de que él acabe conmigo...

9/7/09

Al fin, América

Nosotros también fuimos los otros: el audiovisual, que da cumplido repaso a la historia de la emigración española a los territorios americanos, es estremecedor. Bueno, a mi me lo parece, al menos. Está en la web de Migraventura. La España que emigró a América

Muy recomendable en estos tiempos que nos han tocado vivir...

8/7/09

Haroldo Conti, Homo Viator


Acabé de leer hace unos días las galeradas de Sudeste, la primera novela escrita y publicada por Haroldo Conti y que recuperamos para los lectores españoles el próximo mes de septiembre. Conti la publicó en 1962. Desde que terminé su lectura esta novela no ha dejado de crecer en mí, ganando espacios, poblando horizontes desconocidos, sedimentando su poso como el limo del Delta del Paraná modifica orillas y lo inunda todo con su crecida diaria. A Conti, a sus cuentos, llegamos por los sabios consejos (como siempre) de Félix Grande y Paca Aguirre. Encontrar a sus herederos y, de rebote, al bufete de abogados que gestiona sus derechos en Buenos Aires contó también con la ayuda inestimable de otra amiga poeta, Mori Ponsowy. Los críticos de Babelia (El País) eligieron nuestra edición de los Cuentos completos (la primera que se ha realizado en España de esta obra) como uno de los mejores libros editados acá en 2008. Doble satisfacción. El volumen ya había sido nuestro libro más vendido durante la edición de la Feria del Libro de Madrid de 2008: no son cifras significativas pero sí gratificantes. Cuando uno, como editor, tiene la suerte de manejar grandes obras y ponerlas al alcance de los potenciales lectores, la satisfacción de este trabajo es doble. Con la obra cuentística de Conti conseguimos, además, aquello que últimamente se nos escamotea (editemos lo que editemos; y digo Grass, Shakespeare, Faulkner o Giovanna Rivero): el espacio y la crítica en los suplementos culturales. Conti declaró una vez, sin ninguna solemnidad, que él, cuando dejaba de aporrear la máquina de escribir dejaba su oficio de escritor y se convertía en un ciudadano como otro cualquiera. Que él, entre la literatura y la vida, prefería la vida. Sencillo principio que traslado con devoción a mis tareas de editor.


Durante la reciente edición de la Feria del Libro de Madrid los cuentos de Haroldo Conti volvieron a ser nuestro libro más vendido, esta vez con cifras mucho más modestas. Pero su presencia en la caseta fue permanente: además de una agente y traductora interesada en contactar con sus herederos para una posible publicación en Canadá, por allí pasaron diversas personas dignas de mencionar. Desde una jovencita argentina a quien el nombre de Conti ni le sonaba hasta un lector que vino diciendo: "¿qué me recomiendas? El año pasado me llevé el de Conti y me entusiasmó". También pasó por la caseta un hombre maduro que me confesó haber sido alumno de Haroldo Conti cuando tenía catorce años. Le dio clase de latín. "Era un poco cascarrabias pero un buen hombre", dijo finalmente ante mi insistencia por saber algo más del escritor desaparecido, un testimonio en primera persona. Por último, concluyendo la Feria, otro día pasaron por allí dos individuos. Uno llevaba puestas unas gafas de sol de cristal oscuro. Nunca olvidaré el desdén con que se refirió a Conti cuando su compañero le señaló el libro. Me recordó, su actitud, al de otros silencios cómplices que alientan a los asesinos (y a los hijos y los nietos de ellos) en nuestro país.


Buceando ahora por la red para poner al día nuestro archivo sobre Sudeste he encontrado un par de sorpresas: como no soy capaz de subir los videos de YouTube directamente a esta página, os dejo con sus enlaces. Uno se titula Haroldo Conti y recupera parte de una entrevista que le realizaron en su día al escritor. Un testimonio de primera mano indispensable. Y el otro es el trailer de una película sobre la vida de Conti que se ha estrenado recientemente en Argentina y que pasó por la sección oficial de la Seminci de Valladolid. Su título: Haroldo Conti, Homo Viator.

5/7/09

Y La Cabrera leonesa


La primera vez que escuché hablar sobre esta comarca leonesa, colgada en las estribaciones montañosas donde confluyen las provincias de Zamora, Ourense y León, fue en el 98. Un compañero de estudios, Lorenzo P. Ares, originario de un pueblo cercano a La Bañeza, en el Páramo, me animó entonces a escribir algún reportaje viajero sobre ella.

Comarca maldita, a desmano de todo, olvidada. Apunto ahora sensaciones apresuradas después de mi fugaz recorrido de ayer. Mientras escribo escucho la voz de Jacques Brel en La Chanson des Vieux Amants. Cumplí al fin un viaje mil y una vez aplazado y me encontré la sorpresa de atravesar, en efecto, un país recóndito (que no maldito), de gentes amables y dadas a la conversación con el forastero, un país periférico que se abisma sobre varias cuencas fluviales (el río Cabrera, sobre todo, pero también el Iruela y el Ería), y que ofrece una sorprendente sucesión de paisajes inéditos, bellos y diferentes. Donde las Hurdes se llaman Cabrera es el título del libro que escribió Ramón Carnicer y que me acompañó en este viaje.

A las cinco de la tarde, un tanto exhausto después de todo un día de conducción exigente por unas carreteras angostas y enrevesadas, llegué ayer a un pequeño hotel con restaurante en Quintanilla de Losada, camino hacia la laguna de La Baña. Además de recuperar fuerzas encontré allí, en el bar, un librito con un título precioso: Las viejas palabras (Ensayo de un vocabulario tradicional cabreirés). Cinco euros por un repaso a la ancestral manera de hablar de las gentes de La Cabrera: no lo dudé. El librito contiene bellas expresiones como aterecer (aterirse, pasmarse de frío), Ayon (exclamación coloquial para llamar la atención, hacer una pregunta o iniciar una conversación: Ay, on -ay, pues-) o volutrina (mariposa). Casi cien páginas para repasar con deleite.

Por La Cabrera Baja discurre la kilométrica red de canales que construyó el invasor romano (a cuenta de la mano de obra local, se supone) para trasladar el agua de las montañas hasta la explotación aurífera de Las Médulas. Es el principal reclamo turístico del primer tramo del recorrido. La obra remite a otra manera de medir el tiempo: resulta imposible imaginar cómo eran las vidas entregadas a la construcción de esta red de canalizaciones en la alta montaña, la dureza de la tarea, los años empleados, cómo viviría aquella gente, si les quedaba hueco para amar, si eran capaces de apreciar la dura belleza de un inhóspito medio geográfico o si fueron simples esclavos despojados de todo...

4/7/09

Por los Ancares leoneses


Amanezco y me desperezo en Ponferrada. Hoy espera un recorrido por una de las comarcas más desconocidas y aisladas del Antiguo Reino de León: La Cabrera, ubicada a caballo entre la provincia de Orense y lel Páramo de La Bañeza. Ayer estuve desenredando curvas imposibles en tres de los cuatro valles que componen actualmente la comarca de Los Ancares, declarada Reserva de la Biosfera por la Unesco: Ancares, Balboa y Fornela. La foto está tomada en el Castro de Chano, en un espectacular paisaje que se aúpa a la ladera de una montaña. Se trata de uno de los castros astures mejor conservados de la zona noroeste del país. Seguramente debido a su aislamiento, alejado de todo y de todos. En Ponferrada se celebra, hasta el próximo día 5, una nueva edición de la Noche Templaria: cuando llegué el casco antiguo estaba repleto de caballeros y doncellas ataviados a la manera medieval. Callejas abarrotadas de gente con aire festivo, un mercadillo nocturno y bastante frío. Buen ambiente. El paisaje de los Ancares (me recordaba ayer por la tarde Jorge, vecino de Tejera de Ancares que al él, de niño, en el colegio de Fabero los compañeros le decían, despectivamente, ancarés) me recordó esos territorios desiertos donde reina el brezo y la pizarra en los que se sitúan algunas de las novelas de Manuel Rico (el mejor ejemplo, sin duda, La mujer muerta). Idéntica soledad a la que se respira en las montañas y valles perdidos que circundan muchos parajes de la Sierra de Ayllón (en sus vertientes madrileña, soriana o segoviana). Idéntica sensación de umbral hacia mundos oscuros. En Ponferrada, hace ahora justo diez años, conocí a la que luego ha sido la madre de mis dos hijos. En Ponferrada comencé a restañar, entonces, otras heridas. El Cultural publicaba ayer una magnífica reseña sobre nuestra edición de los Sonetos de William Shakespeare ensalzando especialmente la traducción de Christian Law Palacín. Comienzan los rondos de verano, los espacios a rellenar en los suplementos y en eso somos los reyes ¿cuántas críticas y reseñas no nos han caído en los meses veraniegos, en las vacaciones de Semana Santa o en los Puentes?¿es que nunca alcanzaremos la mayoría de edad editorial?

2/7/09

Un primo de Kafka vive en Mejorada del Campo

Yo, de mayor, quiero ser funcionario de algún ayuntamiento. Cuánto estrés, madre mía. Tal y como están las cosas en este país (y en el mundo, por extensión), uno tiene la simpleza de pensar que instalar una empresa en un término municipal debería generar una especie de euforia mal disimulada entre los funcionarios de turno y, por extensión, en los políticos locales. Diagnóstico erróneo. Uno espera que le agasajen con unos taquitos de jamón y un vaso de limonada cuando, desafiando la que está cayendo y el calor del mes de julio, se acerca (iluso) a las oficinas de la Concejalía de Medio Ambiente e Industria del ayuntamiento madrileño de Mejorada del Campo y plantea su deseo de instalar en dicho término municipal una oficina (pongamos la de Bartleby Editores) y un almacén de libros (digamos, el fondo editorial labrado durante casi once años). Y, oh, sorpresa, descubre que un primo de Kafka recibe parapetado tras un mostrador a los arriesgados emprendedores. Y resulta que para que te informen del trámite para solicitar una licencia de inicio de actividad en M. del C. hay que hacer una consulta previa a un técnico de "industria" del citado ayuntamiento. Bien, que salga. No, no. Hay que rellenar un impreso de "solicitud de consulta previa a la instalación de la actividad", junto con otro impreso denominado "tasa por expedición de documento administrativo urbanístico" (¿?), pasar por alguna de las oficinas bancarias de la localidad e ingresar 24,14 €, hacer efectivo el ingreso, volver (otro día o el mismo, si no se ha caído ya en el pozo de la desesperanza) a las dependencias municipales, entregar ambos documentos junto con un plano de situación de la nave (¿pero es que no se trata del ayuntamiento local y no saben ellos dónde tienen sus calles y sus polígonos?), y esperar pacientemente a que un técnico nos diga qué calificación tiene en este municipio la edición de libros. Espero que no sea considerada, después de todo, una actividad peligrosa o subversiva (vaya uno a poner por caso)...

Sí, no os equivocais: en Mejorada del Campo se rodó aquel anuncio de Aquarius sobre un señor que llevaba años y años construyendo con sus propias manos una catedral y que se emitió hace dos o tres años, llenando el pueblo de autobuses con turistas ansiosos de ver con sus propios ojos lo que salía por la tele...

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