31/5/09

Primer balance: mucho calor

Hemos acabado el primero de los tres fines de semana de la FLM09. Mucho calor. Ayer sábado, por la mañana, estuvo firmando ejemplares de Llenar tu nombre Ana Rossetti. Esta mañana lo hizo Antonio Crespo Massieu con su libro de relatos El peluquero de Dios. Hay momentos del día en los que la afluencia de gente es tan grande que desde el interior de la caseta el ir y venir llega a resultar mareante. Por contra, a partir de las ocho y media de la tarde comienza a extenderse una calma tensa entre los que desfilan por el Paseo de Coches sin apenas detenerse ante los mostradores abarrotados de libros. Caminan en silencio y con un paso cansino que recuerda al de las columnas de desplazados por los conflictos bélicos. Leo un poema en la segunda edición del libro de Déborah Vukusic (Guerra de identidades, Baile del Sol):
.
jop dice
también dice:
"podrás sacar a un hombre de la guerra
pero no podrás sacar la guerra de un hombre"
.

Ayer por la tarde sucedió una de esas casualidades que hacen la vida bella e imprevisible. Ocurrió que hasta nuestra caseta, la 272, se acercó un excelente fotógrafo madrileño afincado desde hace tiempo en Barcelona: José Ramón Bas. Como ya comenté, en la presente edición compartimos caseta con Demipage Ediciones. Una de sus cuidadas colecciones es de libros de fotografía en gran formato. Acababa de atender a unos clientes cuando reparé en José Ramón hablando con David (el editor de Demipage). Conozco a José Ramón desde la adolescencia, cuando disfrutamos juegos y chiquilladas estivales en Tapia de Casariego (Asturias). Me reencuentro con él muy de tarde en tarde, casi siempre en nuestro refugio de Asturias, aunque ayer la casualidad, que le traía a firmar su último libro editado por La Fábrica, hizo que se desviara hasta la caseta 272. La de Demipage y Bartleby. Después de charlar un rato (él recomienda la lectura de la poesía de Sylvia Plath a los alumnos de su taller de fotografía) quedamos para tomar algo al final de la jornada vespertina. A última hora apareció también por la caseta Vukusic (Deb, para los amigos), nos compró unos libros (Plath, Olds) y, al final, se vino con nosotros. Hablamos de cámaras estenopeicas, del trabajo con resina de poliester, de lo reportajes fotográficos en Brasil, Cuba y Senegal de José Ramón. Nos contó cómo empezó en el mundo de la fotografía, nos enseñó alguno de los libros que edita La Fábrica. También hablamos de Croacia y de la belleza de la costa de Dalmacia. De lo complicado que está el mundo de la interpretación artística en España. De la poesía descarnada de Vukusic. De cine, de las obsesiones ocultista de Hitler, de algunos viejos amigos. De meigas y sospechas. Acabamos la noche en un bar regentado por un tipo originario de Cabo Verde muy cerca de la antigua Estación del Sur. Amanecía en Madrid. Punto y final para una noche dulce y sólo dos horas de sueño por delante antes de regresar al Parque de El Retiro.

Hoy por la caseta han desfilado amigos de Antonio Crespo Massieu. Entre ellos el poeta Jesús Hilario Tundidor. También Jorge Urrutia, con quien tenemos un proyecto de libro para la colección de Narrativa en marcha. El novelista Gabriel Ramírez. Jorge Riechmann, con su padre. La mañana ha resultado bastante provechosa aunque por la tarde, de nuevo, nos ha alcanzado el sopor y la pesada evidencia del calor y de las horas perdidas durante la Feria sin que los organizadores muestren otro gesto que el de los brazos cruzados y lo de que el sorteo de las casetas es puro ¿y eso de qué nos sirve a los que pagamos por exhibir nuestros libros edición tras edición? ¿Es que no hay manera de solventar el asunto y de garantizar a los que compran y a los que exponen que haya un recorrido en sombra para todos?¿en qué siglo vivimos?

30/5/09

Tendido de sol

Ayer comenzó la FLM09. La Feria del Libro de Madrid. Dicen que el acontecimiento popular del año en la capital. El tema anda flojo. Tres explicaciones razonables: era el primer día (mucho despistado, algún curioso, legiones de niños y adolescentes deambulando y tonteando ante los cámaras de las televisiones), la crisis económica hace mella en los bolsillos y las conciencias de los ciudadanos (no vendimos ningún ejemplar de la poesía completa de Sylvia Plath, nuestro libro más caro y superventas) y, además, en esta edición nos ha tocado el tendido de sol. Es decir, perdemos al público durante la última hora del horario de mañana y durante otra hora larga del de tarde. De seis a siete y diez de la tarde el área soleada de la FLM09 es una especie de infierno que evitan paseantes y compradores. Condena por la que el reglamento obliga a editores y libreros a tener abiertas las casetas y que hoy y mañana, sábado y domingo, aumentará en hora y media más. ¿Es que después de decenas de ediciones al ayuntamiento de Madrid y la comisión organizadora no se les ha ocurrido alguna solución alternativa para salvar a los expositores del castigo? Mientras las casetas del tendido de sombra engullen a los paseantes, las del sol penan su doble castigo: sufrir un calor abrasador y un vacío marciano. Y eso que este año las casetas han incrementado su precio en un 100% con respecto a 2008.

Las preferencias de nuestros compradores: Conti, Giovanna Rivero, Brigitte Reimann (Narrativa), Shakespeare, David González, Sharon Olds (Poesía).

20/5/09

Matar al poeta: Gamoneda-Benedetti

Me advirtió ayer Xoán Abeleira, cuando conducía de regreso al aeropuerto de Lavacolla, sobre la tormenta que habían desatado ciertas (supuestas) declaraciones de Antonio Gamoneda acerca de la poesía de Mario Benedetti. Digo "supuestas" porque ni yo estaba allí cuando las pronunció ni tengo porqué dar fe de que lo que lanzaron al aire las agencias de noticias y recogieron algunos medios fuera exactamente lo que dijo nuestro premio Cervantes. Es más, leo y releo las supuestas declaraciones de Gamoneda y no veo en ellas nada más que lo que parece que quiso decir: que a él la poesía de mi admirado Benedetti no le interesaba. Es decir, que ha expresado en público una opinión que muchísimos de sus colegas poetas (desde los escasísimos poetas mayores hasta la legión de poetas menores que tenemos en España) comparten en privado y que nunca se atreverían a expresar delante de unos micrófonos o unos periodistas.

A cuchillo y con toda la caballería han saltado a la palestra algunos de esos poetas deudores de los muchos premios y enjuagues que controla y reparte la factoría de Chus Visor. Uno se pone malicioso: ¿y si Gamoneda publicara su poesía en esa casa y no en otras editoriales le habrían saltado al cuello con idéntica celeridad los amigos de Luis García Montero?¿alguien se escandalizó en público porque el último Premio Nacional de Poesía fuera al excelente Joan Margarit, autor de Visor y con libro en castellano pendiente en la colección que allí dirije García Montero -miembro también del jurado de ese premio Nacional-?¿escucharon ustedes alguna palabra en contra de Benjamín Prado o de Benítez Reyes?

La obra (amplia) de Benedetti goza de una legión de lectores inversamente proporcional al afecto que sus poemas levanta entre poetas como el bueno de Gamoneda. No sirve que me digan que el libro más vendido de poesía en España, ediciones y ediciones, fue aquel que compiló Ansón en su momento. La comparación no es posible: Mario Benedetti fue novelista, cuentista, ensayista y poeta. Sobre todo novelista. O sobre todo cuentista. O sobre todo ensayista. Y, sobre todo, poeta. La tregua lleva siendo novela de cabecera desde hace cincuenta años de generaciones y generaciones de lectores latinoamericanos y españoles. Benedetti es uno de los grandes referentes de la literatura en español del siglo XX. Pero es que, además, se ganó a los lectores porque era un escritor del pueblo: generoso y sencillo.

Ahora recuerdo con una sonrisa cuando hace unos diez años, dando Bartleby Editores sus primeros pasos, un día le dejé un recado en el contestador telefónico de su casa de Madrid ¿imaginan lo que ocurrió? Que el mismo Benedetti devolvió la llamada y casi se excusó diciendome que su editor en España era Visor y que, claro, su compromiso no podía romperlo. Pocos autores son capaces de aunar tanto compromiso y generosidad hacia los demás. Sólo los grandes, sin duda (y ahora viene también al recuerdo la reacción de otro narrador -tertuliano en la RNE aznarista de entonces y columnista semanal en un suplemento cultural de tirada nacional- que llamó encolerizado por teléfono a Pío Serrano, editor de Verbum, para preguntarle quién se creía que era ese tal Pepo Paz para pedirle a él que reseñara un libro en su suplemento. Antecedentes: durante una presentación de uno de nuestros libros en la Casa de América de Madrid, semanas atrás, alguien me dio a conocer en persona a este individuo y él mismo me dijo que cuando saliera el libro se lo enviaramos...)

Compartí también hace unos años conversación y tiempo de confidencias en un viaje en mi coche entre Oviedo y León con Antonio Gamoneda. Fue al regreso de la presentación en la capital asturiana del primer libro que habíamos publicado de Marcos Canteli. Antonio se empeñó en invitarme a cenar y acabamos compartiendo mesa a las tantas de la noche en un modesto bar de La Virgen del Camino, a las afueras de León. Pondría la mano en el fuego por Gamoneda: no creo que expresar nuestra opinión sobre algún aspecto concreto de la obra de un colega sea motivo de linchamiento público. Aunque a Gamoneda haya muchos que estaban esperando ajustarle cuentas hace tiempo. Desde los secuestradores de cadáveres exquisitos hasta los que le miran mal por ser un tipo consecuente y de izquierdas. Así está el patio.

18/5/09

Adiós, Martín Santomé

Me llega la noticia de la muerte de Mario Benedetti con la urgencia del sms. Con su frialdad. En una aldea perdida del interior de la provincia de Lugo donde sólo tenía cobertura en una esquina de la habitación donde pasé la última noche. Prometo, si el cansancio o la pena no me vencen al acabar este día, contaros una anécdota personal con el maestro uruguayo. Mientras, seguiré mi camino: esperan los cañones del Miño.

13/5/09

Demasiado tarde para comprender

El pasado lunes compartí estudio de grabación en la Casa de la Radio, en Prado del Rey, con Manuel Rico, director de la colección Bartleby Poesía. Ignacio Elguero nos había invitado a participar en el programa La Estación Azul. Parece ser que con los últimos vaivenes en la dirección de programas del ente público este espacio dedicado a la poesía (y emitido por Radio 3) estuvo a punto de sucumbir. Al final se mantiene a flote en el océano de las madrugadas, a una hora imposible, no apta ni tan siquiera para poetas. Pero la era internet le ha dado el balón de oxígeno suficiente para mantener audiencias: basta pinchar un enlace y allí sobrevive la poesía que Javier Lostalé y Elguero, auténticos robinsones de las ondas, se empeñan en comunicar pese al signo de los tiempos. No os perdáis la lectura improvisada de un poema de Denise Duhamel que hizo Lostalé (también leyó con sabiduría a nuestros Faulkner y Shakespeare). La misma Duhamel a la que hace poco se denostaba en un suplemento cultural de tirada nacional, con un año de retraso, acusándola de no tener formación literaria: la misma que se gana la vida como profesora de Escritura Creativa y Literatura en una universidad de Florida...

Son malos tiempos para la poesía: los poetas malditos siguen muriéndose jóvenes, reventados sus pulmones por el cáncer y/o la heroína, pero como ellos eligieron en lugar de las páginas de un libro la notas de una guitarra o un piano, a cambio, han conseguido llevar sus versos del claroscuro de las salas nocturnas y vacías al reconocimiento de muchísimos más corazones. Que me digan, si no, las filas de condolencias que se forman ante el féretro de un poeta en España (cuando algunos no secuestran también el cadáver). Un viaje inverso que, por contra, a duras penas consigue ya la poesía por el conducto ordinario y que explica la conmoción que ha producido la prematura, y no por ello menos anunciada, desaparición de uno de los músicos-poeta encumbrados en el regocijo libertario de los ochenta: el líder de Nacha Pop. Me comenta Javier Cambronero, nuestro distribuidor, que mañana precisamente recibirán los ejemplares del libro con las letras de Antonio Vega que publica Demipage, editorial que compartirá con nosotros el exiguo espacio de la caseta de la Feria del Libro en un par de semanas (alquiler por el que la organización de la Feria, aprovechando que estamos en crisis, ha incrementado este año un 100% con respecto al coste de la edición pasada. Luego que nos expliquen a los editores independientes quiénes se volverán a repartir las ayudas destinadas a las pequeñas editoriales. Si se mencionara la nómina acreedora de las mismas del pasado año nadie se lo creería. O sí).

Estoy leyendo aquí y allá las crónicas sobre la muerte de Antonio Vega que van publicando desde ayer, martes, las ediciones digitales de los periódicos. Es cierto que La chica de ayer se ha convertido casi en un himno de aquellos trepidantes años ochenta. A mí me trae el aroma del recuerdo de un Paseo de Camoens repleto de peña dispuesta a disfrutar un concierto nocturno, el aire de la libertad y del triunfo -pasajero- de la noche. También alienta el nebuloso temblor de otras largas madrugadas de música y alcohol en garitos de la zona de Malasaña. El sabor único de un beso de despedida en un portal de Argüelles. Las largas y solitarias caminatas para pillar el nocturno en Cibeles. El pasillo en silencio de la casa familiar. Las madrugadas estrelladas de las interminables guardias en Romero Robledo. Mi paso fracasado por la Facultad de Ciencias Físicas de la Complutense (un recuerdo muy dulce, pese a lo que pueda parecer, que sobre todo permanece vivo cuando vuelvo a transitar el paseo que conduce desde el Rectorado, saliendo por la boca del metro de Moncloa, hasta ese jardín botánico que entonces era un erial con nombre pomposo y hoy apunta maneras de bosque profundo).

Perdido todo mi tesoro musical de aquellos años en cintas de casette grabadas de las emisiones radiofónicas, me he descargado con el Ares muchas de las canciones de Nacha Pop. No he podido dar, sin embargo, con la que para mí es la más estremecedora: una versión al piano de Una décima de segundo. Me escribía el otro día José Ángel Cilleruelo que en la literatura no hemos de olvidar nunca el gozo. Que por él escribimos y por él leemos. Y que sin él, nada de todo esto tiene sentido. Reflexioné sobre la multitud de tareas que acechan al editor cada día y, sobre todo, por cierta nostalgia que a veces me asalta ante la imposibilidad de poder entrar en una librería y curiosear entre las mesas de novedades y las estanterías con la inocencia de un lector cualquiera, sepultada ya -en cierta forma- la magia de tomar un libro entre las manos y fantasear con los mundos y los abismos que esconde entre sus páginas. José Ángel me contestó que había construido un poema borgiano, que mi enumeración de tareas parecía una colección de monstruos...

Y en la cercanía de la medianoche, con un sabor amargo en la garganta por una conversación telefónica a medias declaro, solemnemente, una obviedad: que en la vida, como en la literatura, no hemos de olvidar nunca el gozo. Aunque a veces nos lleve demasiado tiempo comprenderlo o lleguemos demasiado tarde para hacerlo. Y no sé si eso me salvará.

3/5/09

José Donoso: Poemas de un novelista


Estamos acabando de revisar las galeradas de uno de los libros que verán la luz con la llegada de la inminente Feria del Libro de Madrid: son los Poemas de un novelista, único volumen de este género producido por el novelista chileno José Donoso. El libro lo escribió durante su estancia en Calaceite (Teruel), entre los años 1972 y 1976, junto con tres de sus obras narrativas: Historia personal del boom, Tres novelitas burguesas y Casa de campo. Editado originalmente en Chile, se encontraba inédito en España. Paradojas del destino. A nosotros nos puso sobre su pista el director de cine Emilio Ruiz Barrachina, que coincidió hace unos meses en este bello rincón de la Matarraña turolense con Manuel Rico, Félix Grande y Paca Aguirre. Ruiz Barrachina es autor del libro Tinta y piedra y del documental Calaceite: tinta y piedra. En ambos se repasa, de manera exhaustiva, la estancia de la familia Donoso en el pueblo.

Además de los poemas de Donoso (y del prólogo personal y las fotografías familiares que acompañaban a la edición chilena), nos pareció interesante agregarle algo más de valor a la edición española así que nos pusimos en contacto -a través de la Agencia Balcells- con uno de los muchos amigos del novelista que pasaron por Calaceite en aquellos años, Jorge Edwards (premio Cervantes), para proponerle que escribiera una introducción a la presente edición. Edwards aceptó gustoso el reto y nos ha enviado un delicioso texto donde rememora su amistad con el maestro Donoso y, además, repasa las influencias anglosajonas en su poesía. Toda una delicia.

Manuel Rico llevaba insistiéndome meses y meses, desde que acudiera hace ahora un año a un encuentro poético en Calaceite, en que aprovechara uno de mis viajes de trabajo para patear las calles de la monumental villa turolense. Así que en este Puente festivo, aprovechando que el Ebro pasa por Zaragoza y que tenía que elaborar un reportaje en esa provincia (comarcas de las Cinco Villas y de Calatayud), dejé un hueco para el domingo por la mañana y me desplacé hasta allí desde la capital maña (hora y media escasa en coche a primerísima hora de la mañana).

La memoria me era esquiva. Claro que ya había pasado por Calaceite: hace casi diez años, en el retorno apresurado de una de mis primeras colaboraciones viajeras para El Mundo (bodegas modernistas en la Conça del Barberà y la Terra Alta). Mi padre se estaba muriendo. Llegué de regreso a Madrid con el tiempo para pasar la última madrugada junto a su lecho, en el silencio espeso de la noche de un caluroso mes de julio para olvidar. No había vuelto por Gandesa y la Terra Alta hasta hace poco más de un año. Fue, éste último, un viaje repleto de emociones y recuerdos. Como quien cierra un círculo. Una sensación amarga que me ha vuelto a acompañar hoy cuando descorría el camino de aquel otro desplazamiento en sentido opuesto: Pina de Ebro, Híjar, Alcañiz y Calaceite. Imposible desterrar de mi cabeza el color de la tierra mezclado con la estampa dolorida de mi memoria de aquellos días de un julio borroso.

En la quietud de esta mañana de domingo del mes de mayo (llegué a las nueve de la mañana a un pueblo todavía dormido) sólo se oía el griterío madrugador de las golondrinas y el insolente vahído del cierzo lamiendo jambas y esquinas. En el silencio de esta mañana fría de la primavera de la Matarraña, únicamente el polvo de esta tierra (acumulado con paciencia en los huecos de las piedra, sobre las persianas, en los dinteles centenarios y en los pasos del caminante) parecía querer compartir conmigo la complicidad de la búsqueda. Durante tres horas me he detenido aquí y allá fotografiando cualquier detalle que pudiera servirnos en el hipotético caso de que alguien, algún medio de comunicación, se interese por los Poemas de un novelista y la bonita historia que se tejió aquellos años en Calaceite (por allí pasaron decenas de amigos de Donoso, desde Luis Buñuel a García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa, Bryce Echenique, Ana María Matute, Gil de Biedma, Rosa Regàs, Carlos Barral, los Moix, etc, etc).
Preguntando a los vecinos que, poco a poco, iban poblando las desiertas y angostas callejas en fugaces y silenciosos desplazamientos (el pan o el periódico), he caminado con la lentitud del que se aventura por universos desconocidos hasta tropezar con la casa donde vivieran Donoso, su mujer y la hija de ambos hace más de treinta años. Muy cerca, a dos pasos, queda la que ocupara Mauricio Wacquez, amigo íntimo de Donoso (y con otra bonita historia de triste final que se relata en el documental de Ruiz Barrachina).
El patio delantero de la vivienda, ubicada en la parte alta del pueblo (allí donde penetra sin problema la luz del sol y los vecinos han plantado rosales y macizos con flores que refulgen con la primavera), muestra una evidente desidia, un abandono de meses que denota (tal vez) el paso del último invierno sin habitantes. Nada, ningún panel o placa, recuerda al paseante que allí vivió uno de los escritores latinoamericanos más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Nada menciona el importante papel que jugó, como centro de debate cultural e intelectual de la época, la presencia de Donoso y de su círculo de amistades en Calaceite durante los estertores del franquismo.
Me comenta Antón Castro, director del suplemento Artes y Letras (Heraldo de Aragón), que el documental de Ruiz Barrachina levantó ampollas entre algunos de los vecinos del pueblo. Lo he visionado con atención hace un rato. No descubro el motivo. Y no quiero pensar que este vacío de las autoridades locales o regionales esté relacionado con ese asunto. Tal vez sea, todavía, un lejano eco de aquel mundo "tremendamente frío y hostil" con que se encontraron Donoso y su familia en Calaceite a comienzos de la década de los setenta. Un universo rural y campesino, ajeno e infranqueable, que sólo la aparición del escritor en una entrevista realizada en Televisión Española en el 77 vino a relajar en parte y que sitúa mi curiosidad sobre otra arista de aquella realidad: el ensimismamiento del creador frente al mundo que le rodea (y no pienso sólo en aquellos campesinos coetáneos de Donoso sino también en el papel de Maria Pilar, su mujer, durante aquellos duros años). Las ediciones digitales de los periódicos anuncian, en la soledad de la madrugada, la muerte de Pablo Lizcano...

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