Hace años, mientras trabajaba en las semblanzas que completaron el puzle de mis
Transeúntes (de América Latina), tuve la ocasión de conocer a una mujer venezolana que compartía piso con una chica guineana en algún lugar de Alcorcón. Irene, así se llamaba, me contó en un momento de la conversación cómo su compañera de piso había realizado un ritual para mostrarle a sus antepasados dónde vivía. Tenía la convicción profunda de que ese exorcismo la mantendría a salvo de las esquinas oscuras de la vida en la periferia madrileña. Nunca sabremos si habrá acabado deportada a su Guinea nativa o si habrá conseguido salir adelante en las ruinas del Madrid del siglo XXI.
Anoche, mientras el desasosiego me invadía en la butaca del cine a medida que la recién estrenada cinta de Iñárritu iba avanzando, recordé aquella charla en algún bar perdido de Alcorcón, las palabras de Irene, y las fui mezclando con la sordidez del inframundo lumpen de esta Barcelona de horizontes nebulosos y grandes arquitecturas, con la vida que bulle más allá de nuestros dramas personales, el miedo, el dolor, el amor y el desgarro.
Luego, hoy, ya a salvo del abismo que nos muestra Iñárritu, he leído la crítica publicada hace tres días por Carlos Boyero en El País. A Iñárritu, para su desgracia, le van a estar recordando su filmografía anterior, mano a mano con Guillermo Arriaga, por los siglos de los siglos. Lo que no me parece justo. Afirmar, como indica Boyero, que el alma de
Biutuful reposa en la interpretación de Javier Bardem, es inexacto. No creo que Bardem haya dado con el tono del personaje: tiene ademanes de catedrático universitario metido a intermediario en la explotación de inmigrantes ilegales. Ni su lenguaje ni su caracterización resultan excesivamente verosímiles, a mi entender. No sabría distinguir entre este Bardem y el
Come, reza, ama. Es mérito del director que la película, a través de Bardem y del resto de los personajes, sea capaz de sacudirnos y de mostrar "muchos y complejos sentimientos, heridas, sueños, confusión, resistencia, apaleamiento, terror, anhelos, desesperación". La misma confusión y las mismas heridas que nos acompañan en el día a día de un país donde conviven gente normal, controladores aéreos y chinos explotados en suburbiales sotanos.
La factura de la película, por otro lado, es mexicana cien por cien. Ese hilo de realismo mágico que la recorre de principio a fin, con unas tomas tan magistrales, tal vez resulte un poco impostada en una sociedad tan resabiada como la nuestra, donde los únicos culpables de todo lo que ocurre son Cristiano Ronaldo y la meteorología adversa. Ahora, si queréis pasarlo mal durante un buen, no os la perdáis. Es un recorrido por el interior de nuestro ombligo. Sin piercing.