22/9/09

El silencio de las catedrales


Esta mañana estuve de visita en la capital alcarreña. Por indicación de Manolo, el comercial de UDL Libros en el Corredor del Henares, me acerqué hasta la Biblioteca Pública. La consigna era presentar los libros allí: cuentan con un sólido fondo de poesía y nunca está de más hacerse visible. En estos tiempos en que las cementeras parecen catedrales góticas, el interior de esta biblioteca situada a espaldas del ayuntamiento guadalajareño, a dos pasos de la calle Mayor, parecía un templo postmoderno: el silencio apenas se veía rasgado por el sonido del teclado de los portátiles que manejaban algunos usuarios en la planta baja. Un magnífico patio central otorgaba solemnidad casi sagrada al lugar. Conocí a Mila Méndez, repasamos algunos de los títulos de nuestras colecciones que figuran en el fondo de la biblioteca y, sobre todo, salí de allí convencido de que nuestra tarea puede resultar un poco más reconfortante cada día. Imagino Guadalajara en el año 41, cuando Emilio Cobos abrió su comercio de libros no muy lejos de la biblioteca (¿qué queda lejos en Guadalajara?). El Sr. Cobos es una institución aquí y todavía hoy, aunque el negocio lo lleve su hijo Carlos, le podréis encontrar en su librería. Esta mañana, también. Yo le presenté nuestros libros de narrativa a José Luis Narro. Él fue el responsable de una de mis alegrías el pasado mes de enero: andaba yo preparando un artículo sobre Guadalajara para DeViajes y me encontré, sin quererlo, delante del escaparate de la Librería Emilio Cobos, en una calle Mayor más desierta que el Polo Norte a la hora de la siesta. En dicho escaparate lucía nuestra edición de la poesía completa de Kapuscinski. Fue una agradable sorpresa en mitad de aquel duro invierno. Todavía me ha quedado tiempo para una fugaz presentación en la librería LUA: el comienzo del curso estos establecimientos viven, probablemente, la época más ajetreada de todo el año así que apenas pude intercambiar cuatro frases con Ana, su dueña. Queda la tarea de volver. Aunque acabamos el día con alguna buena noticia: ya tengo las galeradas revisadas de Aquí, el último libro de la Nobel polaca W. Szimborska, con traducción de Abel Murcia y Gerardo Beltrán, que esperamos ver en la calle en pocas semanas. También me escribió Alice Notley, desde su retiro parisino, para interesarse por la próxima edición de su primer poemario en España, El descenso de Alette. Y ayer lo hicieron los agentes de Lydia Davis preguntado lo mismo por su libro de relatos. Parece que el asunto se reactiva...

21/9/09

Paseo por las librerías zaragozanas



La foto que acompaña la tomé el sábado pasado en la Librería Cálamo de la capital maña. Un fugaz viaje en AVE desde Madrid (es lo que tiene la alta velocidad): me recibió bien temprano David Mayor -poeta y librero al que ya conozco desde hace años, cuando Paco Goyanes nos concedió el Premio Especial Cálamo por Esa belleza, el libro de John Berger que nos tradujo Jaime Priede-. Con David empecé a derramar algo de luz sobre los misterios que acogen a nuestra distribución en Zaragoza. Luego me acerqué, queda a dos pasos, hasta la Librería Antígona, uno de los centros donde mejor se mueven nuestros libros de poesía en la ciudad. Conocí personalmente a José Fernández Morena (junto con Julia Millán, el alma de este local situado frente a la universidad). Conocí también allí a Javier Barreiro, que en su día nos prologara la edición de uno de los títulos más sobrecogedores que hemos publicado: Baladas del alba bala, de Francisco Carrasquer Launed (decano de las Letras Aragonesas). Caminando tranquilo llegué a la calle Corona de Aragón y busqué la Librería Central. Tuve la fortuna de tropezar con Javier Lahoz, un librero de esos que tanto se echan de menos en estos tiempos de best-seller. Pese a que la librería tenía un enorme movimiento a esas horas matinales, Javier estuvo charlando conmigo muy amablemente y se mostró muy interesado y agradecido por mi visita (una visita que, debo confesar, hice un poco al azar, para tratar de descubrir si había vida después de la vida literaria de las Cálamo, Antígona y Los Portadores de Sueños). Y, sí, buenas noticias: existe y con buena salud. Ánimo, Javier. Luego coincidí en la plaza de España con la manifestación obrera que tiene estos días muy preocupados a los trabajadores de la ciudad (me refiero a los anunciados despidos por la compra de la Opel alemana por la canadiense Magna). Miles de personas reivindicaban su derecho al trabajo ¿cómo no solidarizarse cuando, además, tienen razón? Callejeé por el centro repleto de tascas y terracitas, atravesé el Coso y, preguntando, preguntando, llegué hasta una de las últimas librerías abiertas en Zaragoza: El Pequeño Teatro de los Libros. Queda un poco alejada del centro pero su puesta en escena es espectacular. Carolina y Ciro llevan un año trabajando duro. Aquí imparte sus talleres Nacho Escuín, poeta y editor de Eclipados. La visita la acabé en la Librería los Portadores de Sueños, en la calle Blancas, junto a la plaza de España. Félix me volvió a poner al día de las trabas de una regular distribución. Luego un paseo por la explanada de la basílica, la algarabía de las bodas (como hace una semana en la playa de La Caleta gaditana) y el autobús 34 para volver a la estación de Delicias y sumergirme en la lectura final de las galeradas de Entrevías mon amour, al novela de Justo Sotelo que publicaremos en breve.

17/9/09

Noticias que vuelan (por la Red)

Ando perplejo con el potencial de interné. Ayer mismo, un amable lector montevideano con el que vengo intercambiando correos-e noctámbulos (por las diferencias horarias entre el Río de La Plata y el sur de Castilla) me pasó una nota sobre un poeta y narrador underground uruguayo apenas conocido en nuestro país. Una simple búsqueda en Google me aportó un concienzudo estudio publicado por un investigador de una universidad española donde este poeta quedaba analizado en detalle. Hace unas semanas el poeta David González se hacía eco en su blog de otro profundo trabajo de postgrado sobre su obra poética presentado y publicado en una universidad argentina, en un remoto lugar llamado Jujuy, que se titula Di-versos: tendencias de la última poesía española. Y viene esto a cuento porque desde que la Agencia EFE lanzó el pasado 31 de agosto un artículo de Carmen Sigüenza donde se anunciaba nuestra inminente publicación de Vivir sin poesía, la edición bilingüe de la poesía completa de Peter Handke, nos hemos encontrado con un estudioso de la obra del escritor austriaco afincado en Seattle (EE.UU.) que se está dedicando a postear en los blogs y foros donde se menciona la aparición de este volumen de 550 páginas para señalar que él, en los años setenta del siglo pasado, tradujo material que no está ahora incluido en la versión española de Leben Ohne Poesie (Suhrkamp, 2007). Su irrupción nos obliga a matizar: el libro que edita Bartleby incluye toda la obra poética publicada en alemán por Handke. ¿Qué quiere esto decir? El escritor austriaco ha incursionado también como dramaturgo, guionista de cine y novelista a lo largo de estas décadas; obras donde, en efecto, pueden aparecer poemas dispersos, pero estos forman parte de esas mismas obras y, por tanto, no han de ser considerados como poemas, sino como fragmentos de película, obras dramáticas y novelas. La confirmación de que esto es así, es que el propio Handke revisó la edición de sus poemas reunidos en Leben ohne poesie y no las incluyó...

NOTA POSTERIOR: para corroborar mis palabras sólo tenéis que ver el primer comentario que este señor acaba de adherir a esta entrada.

16/9/09

Sobre la incapacidad del ser humano

Me intrigan ciertos comportamientos de la gente que me rodea y que se han visto acrecentados en los últimos tiempos cuando a los de mi generación se le van apagando los ídolos. Ídolos caídos de muy diversas maneras. Ocurrió con la muerte, por sobredosis, de Enrique Urquijo (hace unos años). Sucedió esta pasada primavera con la anunciada de Antonio Vega. Luego, multiplicando la verbena global, con la ingesta de medicamentos de Michael Jackson. Ahora es la noticia más pinchada en los diarios electrónicos: el fallecimiento por un cáncer de páncreas del actor Patrick Swayze. O la desaparición de Jim Carroll. Conozco colegas que acuden a vigilias por ellos, que están destrozados por alguna de estas inevitables desapariciones. Colegas que serían incapaces de ir a ver a su abuelita mientras la palmaba en la cama de su casa o del hospital de enfrente. Que nunca derramarían una lágrima por un vecino y que se aplastan contra el sofá de casa porque un tipo que tomaba olas en una tabla de una peli que vieron cuando eran veinteañeros se ha muerto como nos moriremos todos, como todo desaparecerá al fin cubierto por el polvo de la nada. Que miran con indiferencia la noticia del nuevo naufragio de una patera en el Estrecho ¿Por qué me tengo que apenar yo de que se haya ido Jim Carroll si no soy ni poeta ni punk ni le conocía personalmente, coño? Conozco mucha gente que sería incapaz de mantener una fluida relación de respetuosa amistad con cualquiera de estos ídolos caídos de haber sido hermanos, vecinos o conocidos de ellos; de haberlos tenido a mano para ir a escuchar cómo recitaban sus poemas o qué pensaban de la libertad individual o de los chicles de fresa. Y, sin embargo, se parten de dolor precisamente porque tanta globalización propicia estos ídolos de papel con pies de cerveza y barro. Me preocupa, y mucho, esta incapacidad del ser humano por congeniar con el prójimo cercano y, sin embargo, por elevar al cielo deidades tan innecesarias como cualquiera de nosotros mismos...

15/9/09

El día que yo (también) dejé de leer EL PAÍS


¡Qué hermoso, Borja! La imagen de la derecha corresponde al mural principal del Centro Cultural Diego Jesús Jiménez, en Priego, donde acaba la Alta Alcarria y comienza la Serranía conquense, espacio que albergó durante muchos veranos la Semana Poética de Cuenca y que ayer acogió el penúltimo adiós de vecinos anónimos, autoridades y amigos al poeta Diego Jesús Jiménez (Borja: dos veces Premio Nacional de Poesía). La realidad no es nada si no puede soñarse. Es el verso firmado por el poeta que sobresale por encima del resto: ahí, gritado en voz alta, con lucidez y hasta con rabia. El día en que yo, también, dejé de leer El País, Juan Carlos Mestre nos sobrecogió con una emocionada, y entrecortada, lectura del poema "La Casa" (del libro Ronda del Aire). A mí se me había ocurrido sentarme en algún escalón de esas calles semivacías y con aire festivo de septiembre en Priego, con el verano ya en retirada, y leer los poemas de DJJ en su salsa. Luego, la realidad, los dejé en el coche, aparcado en la soledad de unas horas de siesta donde sólo rebotaban en la quietud del aire las voces de los locutores que narraban la última canasta de la selección española desde el interior de bares oscuros. De repente alguien preguntó si teníamos un libro con sus poemas. Y yo desandé a la carrera esas mismas calles vacías y les acerqué los míos: una primera edición de Itinerario para náufragos y el exhaustivo estudio sobre su obra que publicó Manuel Rico hace trece años en Pliegos de La Correría, Diego J. Jiménez: Capacidad Visionaria y meditativa del lenguaje. A Társila María, la hija mayor del poeta, le pareció bien la elección del título para leerlo. Y cuando Mestre acabó su lectura, su emocionante lectura de "La casa", un cerrado y prolongado aplauso aplastó sobre nuestras gargantas, como un puño, las lágrimas. Allí no había señoritos andaluces ni cuñadísimos, Borja. Gente del pueblo, amigos con los que echar la partida, amigos con los que compartir horas en torno a la voz y la palabra. Los amigos de Diego, Borja. El día en que yo, también, dejé de leer El País, mientras Juan Carlos Mestre recitaba al amigo en la triste tarde conquense, los pájaros se hicieron presentes con sus trinos en el patio del Centro Cultural de Priego, se escuchaban algunos gritos de niños en las callejas, el agua de la fuente brotaba del caño y se estampaba, burbujeante, en las losas del suelo, tres chavales tomaban una cerveza al paso a pie del cortejo fúnebre, el cielo, sobre nuestras cabezas, se poblaba de banderines que anunciaban la fiesta nocturna en Priego, el tardío sol del estío en Castilla alargaba nuestras sombras y, todavía, como siempre, un monolito seguía recordando a los caídos por Dios y por España a la puerta de la iglesia. Ese día, el mismo en que yo también dejé de leer El País, otros ciudadanos anónimos seguían excavando en las cunetas buscando los restos mortales de sus asesinados hace setenta y tres años. Ese día, ayer, nos enteramos por la páginas de Cultura de El País de lo que Quincy Jones opinaba sobre el talento de Michael Jackson, de lo que come la sobrina actriz de Concha Velasco y hasta de la muerte del poeta punk Jim Carroll, Borja. Hermoso, fascinante. Mientras, mientras los amigos enterraban a un doble Premio Nacional de Poesía en Priego, con cariño, con las imágenes del recuerdo en los ojos y un nudo en la garganta, alguien le buscó un hueco apresurado a la necrológica de DJJ en las páginas de El País para hoy. Y, hay que joderse, hasta para morirse aquí hay que tener buenos amarres, amigos bien encumbrados (contra viento y marea y tiempos políticos) que rebusquen bajo tu teclado los poemas inéditos o que luego saquen en procesión al muerto; amigos que garanticen páginas y más páginas en la prensa, blogs y bloggeros, que te recuerden cada 14 de septiembre; los mismos que ahora callan porque a lo peor DJJ sólo departía con los amigos de verdad. Los que quedaron en mi retina y mi memoria ayer, a las 20:00 h, con el sol bañando ya de rojo el calizo hondón de Priego y los cipreses de su cementerio: Antonio Hernández, Juan Carlos Mestre, Guadalupe Grande, Manuel Rico y Esperanza. Los amigos esperando a que una tumba vieja acogiera, ya para siempre, tus restos.
Aunque, claro, el titular de El Mundo, despedazando la noticia lanzada apresuradamente por la Agencia EFE el domingo por la tarde, tampoco tiene desperdicio: "Diego Jesús Jiménez, premiadísimo poeta": ¿cabe mayor ignorancia, Borja?
...Si volviese a la casa
negaría la paz. Los tiestos ya no tienen
la sangre de la flor, ni sube el griterío de la plaza, ni se
encuentra el jornal
para los olivares, ni está abierto el balcón, ni se ha casado Andrés
con Margarita (yuntas y carros, la lentitud
del buey, las cuevas, los rastrojos..)
ni labradores en el
llano
a media tarde, levantando la siega.
Si volviese a la casa
negaría la paz, comprendería
lo duro de esta siesta; vencería aquel miedo.
(versos finales del poema "La Casa", de Diego Jesús Jiménez)

13/9/09

En la muerte de Diego Jesús Jiménez

Hace unos días recibí un escueto sms en el que Manuel Rico me anticipaba la mala noticia: el poeta Diego Jesús Jiménez agonizaba en su casa madrileña. El cáncer, una vez más, había ganado la batalla. Luego, a medida que pasaban estos días de alejamiento gaditano con mis pequeños, cada vez que un mensaje saltaba en el móvil, el mal presagio me invadía por un momento hasta comprobar quién lo enviaba. Esta tarde llegó, al fin, la confirmación de la mala nueva.

Diego Jesús Jiménez, galardonado dos veces con el Premio Nacional de Poesía, Premio de la Crítica (1998) y Premio Adonais (1964), era un poeta de largos silencios entre libro y libro publicado. Su última obra, en la que llevaba trabajando más de diez años, nos queda ahora como legado del que, sin duda, puede considerarse como una de las voces más significativas de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX.

Desde un principio Diego Jesús se mostró muy prudente con nuestro proyecto editorial. En los últimos tiempos, mucho después de que tuvieramos la suerte de reeditar su magnífica Fiesta en la oscuridad, le vi bastante más convencido por la senda que tomaba la colección de poesía. Incluso en la Feria del Libro de Madrid del año pasado, pocos días después de que le diagnosticaran su enfermedad y le anunciaran que tendría que someterse a una intervención quirúrgica y a un tratamiento posterior, se acercó a saludarme a nuestra caseta y se mostró muy contento con el rumbo que estaba siguiendo la misma.

Mañana será enterrado en Priego de Cuenca, su pueblo de la infancia y de buena parte de su vida. Descansa en paz.

11/9/09

+ sobre Cádiz y sus librerías


A veces la vida te depara inesperadas sorpresas. Esta mañana he continuado mi ronda de visitas por algunas de las librerías de la capital gaditana. La primera en la frente: Juan Manuel Fernández, de la librería Manuel de Falla, en la bulliciosa Plaza de Mina. Se trata de uno de los pocos establecimientos genuinamente literarios de la ciudad, que trabaja con generosidad los libros de fondo y ofrece un escaparate repleto de autores casi clásicos frente a los habituales títulos superventas. No desgranaré los detalles de la conversación pero sí que resultó ser muy esclarecedora de lo que ocurre con nuestros títulos por estas tierras. Luego vino la sorpresa: me habían recomendado preguntar por Teresa en la librería QiQ, filial de Quorum en la calle de San Francisco. Resultó que conocía a esta mujer de hace un buen puñado de años, cuando ella llevaba la librería El Tranvía (del centro comercial Moda Shopping, junto a la Torre Picasso, en Madrid) y yo lo hacía en una multinacional en dicho edificio madrileño. El mundo es un pañuelo, desde luego. Le he presentado la novedad de Handke y ella me ha hablado con bastante entusiasmo de nuestros libros. El último que había leído, los cuentos de Giovanna Rivero. Por lo demás, más argumentos a sumar a los que ya traía de la anterior librería. Muchas horas de trabajo por delante con la distribuidora, desde luego.

10/9/09

Cádiz despidiendo al verano


Hacía unos años que no respiraba el bullicio matinal de la ciudad más antigua de Occidente. Esta mañana he regresado al corazón de la milenaria Cádiz, ese entramado dieciochesco de rectilíneas calles adoquinadas donde la vida resuena de esquina a esquina. En la calle Ancha me he detenido unos minutos para visitar la librería Quorum, destino obligado de los lectores impenitentes de la capital gaditana. Cotilleé entre los anaqueles, charlé con Charo Sáez y, en definitiva, constaté lo mal que hemos trabajado durante todos estos años y lo milagroso que resulta que a estas alturas no se haya echado el cierre al negocio. Es verdad que personalmente me he resistido a comprobar algo que la intuición y las cifras de negocio señalaban durante el tiempo que lleva funcionando la editorial: las visitas a las librerías sirven, sobre todo, para poner sobre la mesa varias cosas; por un lado, el escaso volumen de negocio de la poesía; por otro, lo que cuesta cambiar los mecanismos de funcionamiento de los libreros cuando hablamos de este género. La primavera pasada lo intuí en una reconocida librería malagueña en la que el gerente admitía que los compradores de libros de poesía se habían ido escapando hacia otro local de su competencia en el barrio. No profundizaba nada en las razones del asunto pero, en cambio, mantenía sus anaqueles bien surtidos con títulos de Visor, Hiperión y Pretextos. La competencia, por contra, había dado su espacio a otras editoriales independientes y menos oficialistas. Hoy, en Quorum, he escuchado el mismo cuento: la poesía se vende poco y, por eso, mayoritariamente los espacios los ocupan los mismos de los últimos cuarenta años...
La segunda cuestión a mencionar es la de las colecciones de ficción. Me indicaba el otro día un librero salmantino que a muchas editoriales les resulta imposible romper con el cliché que arrastran: para muchos libreros, once años después, Bartleby es y será una editorial que sólo publica poesía. Sentencia que comprobé hoy en Quorum. De ahí la necesidad de seguir esta especie de cruzada libresca: continuar presentando nuestros libros de narrativa librería a librería. Ciudad a ciudad. Mientras las fuerzas aguanten. O la naturaleza nos compense con atardeceres tan placenteros como el de hoy entre el Atlántico y las playas gaditanas.

7/9/09

Escaparate para Bartleby en la Librería Cervantes


Me ha pasado Javier, de la Librería Cervantes (en Alcalá de Henares), una fotografía del escaparate que ha montado días atrás con nuestros títulos en su establecimiento. Podéis consultar, además, en su sección de críticas dos reseñas que ha colgado sobre dos de los libros de relatos que publicamos la pasada primavera: los de Giovanna Rivero y Antonio Crespo Massieu. Lucen bien los Kerouac, Kapuscinski, Faulkner, Donoso, Conti, Plath y Carver, entre otros, en este escaparate. Mil gracias, Javier.

6/9/09

Mirar para otros


A lo largo de los últimos once años he gozado de una lectora fiel, una impenitente seguidora de mis artículos viajeros publicados en revistas y periódicos. Mi tía murió en la madrugada del viernes pasado en un hospital de la periferia madrileña. Mi tía era, en realidad, la tía de mi padre: uno de mis últimos vínculos con un mundo que desaparece casi con ella; una realidad que se cierra y se pierde definitivamente como un cofre que cayera al fondo del océano llevándose sus secretos para siempre. Ya no podré escuchar más su frágil voz al otro lado de la línea telefónica preguntando por dónde ando o diciendome lo que le había gustado mi penúltimo artículo. En realidad, meditaba para mí estos días mientras conducía por alguno de los rincones más remotos de la montaña zamorana, todos estos años lo que he estado haciendo era mirar para ella. Mirar (y fotografiar y escribir) lo que veía aquí y allá, rememorarle de alguna manera aquellos paisajes que luego ella creía recordar en la distancia, esencia de alguna visita especial o algún viaje de juventud, y pintarle otros muchos, los que nunca había podido visitar en su larga vida. "Si tu tío y yo fuesemos más jóvenes...", solía repetirme cuando un trabajo le había gustado especialmente. Luego recortaba las hojas en cuestión y las guardaba en una carpeta. Chelo murió en la madrugada del viernes en el hospital de San Fernando de Henares mientras yo dormía en Salamanca, cansado de patear la ciudad y examinar las barras de los bares para elaborar otro de los artículos que, en un par de meses, saldrá la luz en la revista DeViajes. Me hubiera gustado poder contarle que, en este viaje que he concluido hoy, visité la última comarca europea donde el lobo vive y se reproduce en libertad; o hablarle de la belleza en silencio de las piedras visigodas de San Pedro de la Nave, de la pertinaz ruina del castillo de Alba y de las huellas que las legiones romanas dejaron en el valle del Esla. Y, también, de la rutilante tranquilidad de las aguas del Órbigo, del incendio del atardecer en el horizonte o de la placidez pálida de la luna llena en la noche de Villafáfila. O de los libreros que he conocido en estos días. Anoche, mientras atravesaba con mi coche la oscuridad impenetrable de la Tierra de Campos rumbo a las murallas iluminadas de Zamora capital, imaginé que escribía la más preciosa entrada de este blog. Que al fin elegía las palabras exactas, una a una, para llevarla, otra vez, de viaje conmigo. Esta mañana, al despertar, por contra, nada encontré en mi cabeza de todo aquel botín que creía atesorar. Por eso estas torpes palabras de una entrada que no hubiera deseado tener que escribir nunca.

4/9/09

Salamanca


Tienen las calles de Salamanca en estos días un bullicio diferente: Carlos Gil, mi amigo, dice que se debe al brío del final de las vacaciones y a que la Feria está encima. Pero que no es más que un espejismo: cuando se acaben las fiestas estivales volverá a caer sobre la ciudad el telón del sopor. A mí me cuesta creerlo porque siempre que regreso a la ciudad de Martín Gaite y Torrente Ballester y Unamuno y Antonio Colinas, descubro algo diferente que la hace más bella. Ayer aproveché la tarde para visitar algunas de las librerías más señeras de la capital salmantina: el periplo comenzó en Hydria, la más genuinamente literaria de todas. Tal vez sea por su espíritu periférico: está situada en la plaza de la Fuente, lejos del alboroto estudiantil y la vorágine de los turistas. Suso me pareció un tipo muy amable. Un mensaje para Abeleira: me comentó que varios de sus clientes habían elogiado, y mucho, nuestra edición de la poesía completa de Sylvia Plath. Comentamos algo sobre las pequeñas editoriales independientes que más están funcionando en los últimos tiempos. Luego me perdí un rato entre los anaqueles de libros viejos de la Librería Rivas, situada a dos pasos, en el camino hacia la almendra salmantina. En la calle Meléndez conocí a Mario Martín e Ibán, de la librería Víctor Jara. Aquí ya se notaba más la presencia del libro universitario. No obstante, me estuvieron explicando un poco el funcionamiento de su sistema de trabajo y acabamos intercambiando libros (los nuestros de Narrativa, Conti y Antonio Crespo Massieu, y los suyos de la colección de poesía "Mar adentro"). También conocí a Asun, de Nueva Plaza Universitaria: aquí surgió una idea que iré madurando en las próximas semanas. Y a Carlos Barroso, de Portonaris, en la Rúa Mayor: no conocía nuestra apuesta por la narrativa pero, a cambio, me habló muy bien de las ediciones bilingües. Cuando llegué a la plaza de Santa Eulalia las campanas de la catedral marcaban ya las ocho de la tarde y los cierres estaban echados. La noche acabó en una terracita junto con Marta Martín y su marido. Marta compartió los calores de la pasada FLM09 en nuestra caseta. Ahora el Liber 2009 está ya al acecho...

2/9/09

Azar

Vamos con una entrada a lo Auster. Quisimos publicar su poesía. Jordi Doce, que había escarbado entre los poemas de juventud del neoyorquino durante sus años mozos en Inglaterra, nos ayudó a desistir de la idea: excesivo el esfuerzo para el fruto final. Nada que no pudiera despreciarse o que no estuviera, luego, en sus poemas posteriores. Acabamos publicado, entonces, el único libro de poesía (poemas en prosa) que había escrito su segunda mujer, Siri Hustvedt. No fue un acto premeditado: la sección de Uni-Versos que coordina Amalia Iglesias en el suplemento ABCD nos puso sobre la pista. En realidad, fue una llamada de Jaime Priede al leer la traducción que hacía Julia Piera de esos versos en ABCD la que nos puso sobre la pista. Tiempo después decidí comprar los derechos de un libro de narrativa que había tenido muy buena acogida entre lectores y críticos estadounidenses. La autora, desconocida para nosotros, era Lydia Davis. Transcurridos unos meses, y elaborando un dossier para el equipo de comerciales de nuestra distribuidora, descubrí con asombro que ella había sido la primera mujer de Auster. Parecería que andábamos dando vueltas en círculo. Digo todo esto porque entre ayer por la tarde, algo de la madrugada pasada, y esta mañana, he concluido la veloz lectura de una novelita que atesoraba entre los estantes de mi cuarto y mis mudanzas. Se titula La vida privada de los árboles. El autor, un escritor joven chileno (¿o debería decir un escritor chileno joven?), llamado Alejandro Zambra. Se editó en 2006 en la colección Narrativas Hispánicas de Anagrama. Al llegar al último punto y aparte me abrumaba la pregunta: ¿por qué no hasta ahora? ¿y si la hubieras leído nada más comprarla?¿te habría dicho lo mismo?¿hubieras tenido los ojos cerrados y el corazón sellado y la historia de Julián y Daniela habría pasado entonces desapercibida? El azar, una suma de decisiones anudadas sobre la marcha, por aquí, por allá, el atasco, la espera en correos, la calle que no deberías cruzar y que te conduce de la mano hasta la esquina donde no deberías de haber estado en ese momento de haber decidido justo lo contrario dos o tres manzanas antes. ¿Qué nos mueve, misteriosamente, a recuperar esos libros que quedaron esperando a que alguien los leyera? En todo caso, el estilo de Zambra es cautivador, reposado, detallista, conserva la capacidad de evocar y de abrirnos los ojos. Como el cuchillo que saja una sandía bien madura, dejando al descubierto la fresca y dulce carne que luego devoraremos con cierta voracidad animal. La misma que nos engancha a un buen libro.

1/9/09

El revés de la trama

Acabo de terminar hace apenas tres horas la lectura de La lluvia antes de caer, la última novela de Jonathan Coe (Editorial Anagrama), con traducción de Javier Lacruz. La edición original inglesa corrió a cargo de Viking. Yo la compré hace un par de semanas por recomendacón de Javier Rodríguez, de la librería Cervantes de Alcalá de Henares y ha ocupado mis ratos de ocio playeros y nocturnos a lo largo de estos últimos quince días. Hay que felicitar a Anagrama por esta publicación: se trata de una novela magnífica (y eso que a mí me costó un buen puñado de páginas entrar en el juego que propone Coe: recrear la vida de tres mujeres de una misma familia -abuela, madre y nieta- a partir de lo que narra una tercera persona en unas grabaciones dirigidas a ésta última, ciega), bien escrita y fenomenalmente traducida. Una trama sencillamente expuesta y que, sin embargo, va atrapando al lector a medida que el narrador pone sobre la mesa cada una de las veinte imágenes sobre las que se engarza la historia. Una estructura narrativa donde todo tiene su porqué y, además, donde todo queda resuelto al final, sin dejar cabos sin amarrar (que es uno de los detalles negativos que señalé en su momento sobre uno de los best-sellers de la temporada, la novela de Paolo Giordano): una estructura que es un gran puzle en el que todas las piezas acaban encajando y conducen a un emotivo y conmovedor punto y final. Por cierto, también a las grandes editoriales se les escapan algunas erratas...

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