5/7/09

Y La Cabrera leonesa


La primera vez que escuché hablar sobre esta comarca leonesa, colgada en las estribaciones montañosas donde confluyen las provincias de Zamora, Ourense y León, fue en el 98. Un compañero de estudios, Lorenzo P. Ares, originario de un pueblo cercano a La Bañeza, en el Páramo, me animó entonces a escribir algún reportaje viajero sobre ella.

Comarca maldita, a desmano de todo, olvidada. Apunto ahora sensaciones apresuradas después de mi fugaz recorrido de ayer. Mientras escribo escucho la voz de Jacques Brel en La Chanson des Vieux Amants. Cumplí al fin un viaje mil y una vez aplazado y me encontré la sorpresa de atravesar, en efecto, un país recóndito (que no maldito), de gentes amables y dadas a la conversación con el forastero, un país periférico que se abisma sobre varias cuencas fluviales (el río Cabrera, sobre todo, pero también el Iruela y el Ería), y que ofrece una sorprendente sucesión de paisajes inéditos, bellos y diferentes. Donde las Hurdes se llaman Cabrera es el título del libro que escribió Ramón Carnicer y que me acompañó en este viaje.

A las cinco de la tarde, un tanto exhausto después de todo un día de conducción exigente por unas carreteras angostas y enrevesadas, llegué ayer a un pequeño hotel con restaurante en Quintanilla de Losada, camino hacia la laguna de La Baña. Además de recuperar fuerzas encontré allí, en el bar, un librito con un título precioso: Las viejas palabras (Ensayo de un vocabulario tradicional cabreirés). Cinco euros por un repaso a la ancestral manera de hablar de las gentes de La Cabrera: no lo dudé. El librito contiene bellas expresiones como aterecer (aterirse, pasmarse de frío), Ayon (exclamación coloquial para llamar la atención, hacer una pregunta o iniciar una conversación: Ay, on -ay, pues-) o volutrina (mariposa). Casi cien páginas para repasar con deleite.

Por La Cabrera Baja discurre la kilométrica red de canales que construyó el invasor romano (a cuenta de la mano de obra local, se supone) para trasladar el agua de las montañas hasta la explotación aurífera de Las Médulas. Es el principal reclamo turístico del primer tramo del recorrido. La obra remite a otra manera de medir el tiempo: resulta imposible imaginar cómo eran las vidas entregadas a la construcción de esta red de canalizaciones en la alta montaña, la dureza de la tarea, los años empleados, cómo viviría aquella gente, si les quedaba hueco para amar, si eran capaces de apreciar la dura belleza de un inhóspito medio geográfico o si fueron simples esclavos despojados de todo...

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