Lo lamento. En contra de lo que dicen algunas críticas y algunos lectores: yo no fui capaz de leerme este libro de McCarthy de un tirón. Me gusta sentirme un bicho raro. Es lo que me pasa ahora en la playa. Llego cargado con una mochila con las toallas y los bañadores de recambio de los niños. En otro bolsón acarreo el cubito para la arena, los rastrillos y las palas del Imaginarium, los moldes de colores con osos y cangrejos y otras cosas por el estilo. Cuando puedo, si me quedan manos y ganas, cargo también con un par de tablas para coger olas. En fin, que odio a esas señoras (en la playa, en pleno verano, como en el metro, en pleno invierno, las únicas que leen son las mujeres de treinta y muchos en adelante) cómodamente sentadas en su sillita playera, cara al sol, embutidas en sus gafas de cristales tintados, pamela bien calzada mientras yo les digo a los niños, tumbado en la toalla y bien rebozado: "coño, no me echéis arena, que estoy leyendo". Bueno, a lo que iba. Que me gusta sentirme un bicho raro. Y este verano, cuando miro alrededor y espío lo que leen esas mujeres me entra un poco de desanimo: el
best-seller tiene nombre sueco. Y, ya, que los hombres que no amaban a las mujeres está por todas partes, un chapapote de librería.
Galipote le llamábamos por aquí, cuando guajes. Y eso: que yo al Pulitzer 2007 de Narrativa me lo he traído a la playa un poco por llevar la contraria y poner una nota discordante y, otro poco, por la tenacidad del
free lance: acabar cueste lo que cueste. Y me ha costado meses: lo empecé allá por febrero y lo dejé, sucesivamente, en la mesilla de noche, en la bolsa de viaje, en algún hotel miserable donde yo me creía el único alojado, etc, etc. Y lo dejé, precisamente, porque ni fú ni fá. Lo siento, Debolsillo. Y eso que al final, después de todas esas páginas donde sólo pasa que no pasa nada (prescindibles), el tío me toca la fibra sensible y dice: "
Él intentó hablar con Dios pero lo mejor era hablar con su padre y eso fue lo que hizo y no se olvidó. La mujer dijo que eso estaba bien. Dijo que el aliento de Dios era también el de él aunque pasara de hombre a hombre por los siglos de los siglos". Doscientas nueve páginas para llegar ahí. Joder, pues haber empezado por eso ¿no?
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