
El libro de Abel Hernández ha dejado el regusto dulce de la decena de años en que disfruté, como uno más, de la fiesta del Paso del Fuego (y las Móndidas) en San Pedro Manrique. De eso hace ya más de otra decena de años. Una ausencia más que echar al saco de las deserciones personales (y luego lamentadas). Se titula El caballo de cartón y lo ha editado Gadir. Tiene la virtud de rescatar un delicado glosario de términos seguramente ya en desuso pero que muestra la riqueza del castellano más apegado a la tierra, un castellano de tierra dura y gente seca. En este sentido es una fiesta para los amantes del lenguaje. También exhibe la virtud de recrear, desde la mirada del niño que ya no lo es, un mundo extinguido, un modo de vida y de relaciones personales que nunca volverá. Está escrito, en cierta forma, desde la nostalgia de la infancia: pero es una nostalgia arqueológicamente sana. A mí me ha recordado muchísimo a uno de los primeros libros que publicamos en Bartleby: se titulaba Tormenta en Gredos, y el autor era Gaudencio Hernández (un abulense que había emigrado y hecho fortuna en Ginebra). Hace un par de años intenté localizarle para liquidar el saldo de sus libros y me enteré que había fallecido un par de años atrás. ambos libros muestran cómo era la vida en los pueblos de la Castilla interior durante la posguerra y en ellos pervive un punto en común: cómo todo cambió con la llegada de la luz eléctrica a la vida de los dos niños-narradores. Por lo estremecedor y por su valía periodística, si tengo que elegir, me quedaría con el libro-testimonio del periodista argentino. Eso sí, si alguien se anima a visitar las Tierras Altas sorianas, esas que se ondulan en silencio hacia profundos valles una vez traspasado en puerto de Oncala, le recomiendo que lo haga durante el mes de junio: es una época ideal para disfrutar de su paisaje, del rico queso de Oncala, de su museo de la trashumancia y, sobre todo, de una naturaleza que parece varada en el umbral de un mundo misterioso.