Cada noche, a la hora de dormir, mi pequeña Sara me pide que le de la mano, un puente tendido entre las dos camas. Ella sostiene la teoría de que si caemos en el sueño con ellas enlazadas compartiremos nuestras aventuras nocturnas. Trazamos entonces planes sobre lo que soñaremos hasta que el silencio, sólo roto afuera eventualmente por el griterío de las gaviotas, o el cansancio, nos sumergen en el duermevela definitivo.
Cada mañana, al despertar, yo le pregunto si recuerda lo que ha soñado. Ella, con la inocencia de los cuatro años, me dice que no recuerda nada. Yo, por contra, me hago el loco.
Y así luego, cuando llega la noche, repetimos idéntico ritual mientras Sara bosqueja princesas imaginarias o urde un pequeño catálogo con sus añoranzas infantiles.
La otra ciudad: Santander
Hace 10 años
3 comentarios:
Maravillosos rituales para hacer camino. Abrazos. Abel
Hermoso, sencillo, humano...
Por cierto, te recomiendo una novela de Murakami que se ha traducido después de veinte años: "El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas". Esta sí te va a gustar. Además de una buena novela, en ella hay "lectores de sueños". (También se hablaba de ello en "Entrevías", aunque ahí estaban los indios que los atrapaban).
Sigue atrapando sueños, Pepo.
Justo
yo empecé a escribir
lo que había soñado la noceh anterior
con 8 años
en un diario
poruqe mi vida aún no era lo suficientemente interesante
ahora no sé qué es mi vida, casi
así que sigo, desde entonces
apuntando lo que sueño
soñar lo mismo
dos que duermes juntos
es "el sueño" de cualquiera
sigue intentándolo
(gracias por estos regalos)
Publicar un comentario