A estas de alturas de agosto el maíz ha alcanzado ya una altura cercana a los dos metros. El aire de la tarde supura un espeso dulzor agrio que procede de las explotaciones ganaderas que jalonan la carretera. A mediodía todavía algunos peregrinos a Compostela se aventuran a caminar sobre la herida ardiente que abre el asfalto entre los maizales y los prados cercados. A veces la carretera parece estrecharse aún más: es cuando se transita entre dos plantaciones de maíz. Ahí al silencio le sustituye un run-rún que parece metálico. La aprensión del maizal. Los caminantes aprietan el paso buscando que el horizonte se hinche de nuevo, como una vela mayor, y el azul respire pespunteando el destello de los tejados de pizarra de las casas en la lejanía.
El lugar se llama Arnao y está en el lado asturiano de la desembocadura de la ría del Eo, un balcón que se asoma a la costa varicosa de Ribadeo. El sábado pasado llegué allí por casualidad. En realidad S. me animó a ir para ver cómo estaba la zona próxima al aeródromo donde antaño, cuando niños, alguna vez había acompañado a mis padres para pasar una tarde de merienda en el campo.
Una vez superadas las revueltas que conducen a la playa del mismo nombre hay una bifurcación con forma de i griega. Una conduce a la Punta da Cruz, extremo occidental de la afilada costa sobre la ría y el Cantábrico, y la otra hasta el área recreativa de Arnao. Se trata de un bonito prado con mesas de madera, barbacoas, mechones de hierba verde y una zona arbolada. Un lugar perfecto para un picnic si no fuera por el monolito anónimo que recibe a los visitantes junto al aparcamiento habilitado sobre la hierba. Recuerda que aquí estuvo situado un campo de concentración franquista que funcionó hasta bien entrados los años cuarenta (es decir, bastante después de concluida la Guerra Civil). En el cielo las nubes bosquejan hipnópticos dibujos y yo recuerdo ahora los campos de detención y trabajo forzado que duermen en el oprobio del olvido (me refiero a los que jalonaron la construcción de la línea férrea Madrid-Burgos-Irún a su paso por el Valle del Lozoya madrileño y me pregunto ¿hasta cuándo el miedo o la memoria cercenada sobre el dolor?
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