De la grandeza de los personajes que nos dejan, internet ofrece un termómetro muy eficaz y directo. Más efectivo, diría, que las necrológicas que, con un goteo contínuo, asaltan diarios y noticieros en las horas sucesivas al fallecimiento. Son los insultos que el gran hermano del anonimato, la bestia parda de la ignorancia, permite a través de los comentarios en los medios digitales. Cuanto más grandes son las calumnias, más imponente es el vacío y la tristeza que me deja el finado. Del reverso de los comentarios que ha generado en las ediciones digitales de El País y de El Mundo la muerte, ayer, de José Saramago en su casa de Lanzarote, me queda el profundo convencimiento de la razón de ser de sus 87 años de vida comprometida con los más desafavorecidos. Mi amiga Berta estaba ayer en Lisboa: tengo ganas de preguntarle cómo se recibió la luctuosa noticia en la capital portuguesa que tanto amaba Saramago. Os dejo el enlace con el artículo que firma
Juan Cruz sobre su última visita, hace una semana, al Nobel en Lanzarote. Descanse en paz.
4 comentarios:
Descansa en paz, maestro.
La ley de vida no deja indemnes ni a los grandes, eso ya se sabe. El más joven de los ancianos se nos fue con esa mirada lúcida de todas las cosas... ¡y yo que pensaba que era inmortal!, en fin, gracias por dejar el homenaje.
:+
De todas formas ¿sólo me pasaba a mi? Cada vez que escuchábamos al maestro Saramago en una entrevista, yo no entendía un pimiento. Eso que entiendo el castellano y el portugués. Alguien dijo una vez que nos tomaba el pelo y que hablaba una miscelanea entre el portuñol y el esperanto..
"Al día siguiente no murió nadie", principio y final de "Las intermitencias de la muerte". Así nos dejó este hombre lúcido y coherente.
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