21/10/09

Otra manera de hacer las cosas

Anoche, haciendo zapping, aburrido, llegué al final de un debate a dos bandas que emitía Cuatro. Uno de los participantes era José Luis Sampedro. Seguramente uno de los escritores españoles más respetados, alejado últimamente del circo mediático, catedrático de Estructura Económica en la Complutense en sus tiempos y, porqué no admitirlo, uno de los novelistas que leí con más profusión hace años. Un tipo leído y admirado, sin duda. Sampedro terminó su intervención en el debate aludiendo a una cita (más o menos textual) de Martin Luther King. Decía el reverendo norteamericano (y estoy citando de memoria) que lo peor de la época que nos ha tocado vivir "no es la maldad de los canallas sino el silencio de los buenos". Y reivindicaba el derecho a decir no. Como afirmaba un famoso editor norteamericano cuyo nombre no recuerdo en este momento "el no también puede ser una respuesta". Estamos acostumbrados, por desgracia, a encajar todo tipo de barbaridades sin inmutarnos. Las odiosas indemnizaciones de los altos ejecutivos de la banca, por ejemplo. Las decenas de miles de muertos, las torturas, el dolor y el desgarro de la invasión de Iraq y la desfachatez de sus adalides en Europa y Norteamérica, donde siguen siendo agasajados como héroes por algunos que se manifiestan, qué paradoja, contra el aborto ¿es que hay asesinatos diferentes? ¿por qué muchos de los que acuden legitimamente a manifestaciones como las del pasado sábado en Madrid fueron incapaces de mover un dedo en contra de la invasión de Iraq? ¿importa acaso a nuestras conciencias más un embrión de cuatro meses que una familia iraquí masacrada? ¿andamos siempre a vueltas con el doble rasero? ¿las dos Españas, en suma?

Creo que la edición de libros es un oficio precioso. Cuajado de dificultades y obstáculos. También de buenos ratos y de recompensas intangibles. Un negocio un tanto ruinoso (si se pueden vender armas, expoliar las arcas municipales, emitir facturas falsas o traficar con las visitas del Papa ¿qué hacemos obcecados en una tarea cultural difícilmente rentable?). Tal vez es que no podamos ya vivir sin los libros, incapaces de renunciar al placer de la palabra impresa, al ingente poder de la imaginación. Al momento de sosiego, sentados frente al libro abierto, que nos proporciona una buena lectura. A la aventura del pensamiento. Al desasosiego que te engancha con el libro entre las manos y hace que perdamos la noción del tiempo más inmediato, sumergidos en la historia que leemos.

Todo esto, claro, tiene otra cara, como una moneda o la luna. Uno se acerca al mundo de la edición con la inocencia del recién nacido. Llevo años defendiendo que la peor herencia de los cuarenta años de dictadura es el franquismo sociológico que nos asola todavía hoy. Parece increíble que en una sociedad madura, culta y democrática como la nuestra siga funcionando el enchufe y el amiguismo (elevado al cubo en materias literarias). Mi creencia profunda, filosofía de la editorial llevada hasta sus máximas consecuencias, es que nuestras apuestas editoriales, la línea de publicación seguida, tiene que ser tarjeta de presentación suficiente ante el mundo exterior. Que sólo el trabajo riguroso y el buen criterio ayudan a crear lectores. Que las decisiones arriesgadas, la apuesta por jóvenes poetas, por nuevos traductores, por autores nunca antes editados en lengua española son el mejor camino para generar nuevos lectores. Que una equilibrada elección entre esas apuestas, la balanza que aúne autores consagrados y nuevas voces, también crea lectores. Y, por supuesto, creo que se pueden hacer las cosas de otra manera, es decir: no comulgo con la política de pisar redacciones de suplementos culturales con regularidad ni en la de hacer cenas o comidas con sus miembros como herramienta para crear lectores. No creo que haya que editar premios con cargo al erario público (la condición de "independencia" hay que trabajarla en todos los ámbitos). No creo que los jurados de esos miembros tengan que practicar la endogamia: es una mala praxis que no genera tampoco lectores, sólo ganancias para unos cuantos que se subieron al carro hace tiempo y, por supuesto, no tienen la más mínima intención de apearse del mismo. Opino que las deliberaciones de los jurados de los Premios Nacionales deberían ser públicas, que quien esté interesado pueda acceder a los argumentos y las opiniones de sus miembros. Creo que el contacto directo con los libreros es una de las maneras más honestas de ir ganando espacios y lectores. Creo que una sociedad libre y democrática tiene que ir sacudiéndose, más pronto que tarde, el poso del franquismo sociológico. Creo en la voz y la palabra. Creo, en suma, que hay otra manera de hacer las cosas.

2 comentarios:

jordi lobo dijo...

Es posible que nuestra sociedad, todavía hoy, no sea madura, culta ni democrática, y de ahí los vicios que usted menciona. Vaya, que no es madura ni culta, a mí me parece evidente. Si es o no democrática, bueno, digamos que es joven, todavía.

Pepo Paz Saz dijo...

Bueno, Jordi, tal vez haya pecado de un exceso de optimismo. Yo creo que si es madura (al menos cuando nos han conducido a los extremos hemos reaccionado como una sociedad madura -un buen ejemplo, de hace ya mucho tiempo, fue el 23 F o, más recientemente, los atentados del 11-M); culta, bien, ahí ya dudo un poquito más pero si nos acogemos a los parámetros habituales para medir el grado de cultura pues seguramente podríamos convenir que estamos ahí. Otra cosa es cuando uno se pasea por las fiestas de nuestros pueblos y se enfrenta a la realidad del garrulismo campante. Y democrática, pues yo no renuncio a pensar que en buena medida lo sea. Pese a las herencias que arrastramos...

Seguro que pensarás que soy un optimista.

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