Contemplo un paisaje que ya se ha vuelto habitual a lo largo de este verano. Un acebo, un parra de enormes hojas y un tejado de pizarra por el que corre morosamente la lluvia que cae, otro día más, en este rincón del occidente asturiano ajeno a la calima y el asfixiante calor que envuelven al resto del país. Esta mañana el oleaje en la playa y el cielo, bien preñado de nubarrones grises, auguraban lo que se avecinaba. Luego todo se ha ido cubriendo por una masa compacta de nubes grises y planas y, tras la calma, ha comenzado a soplar el viento que anunciaba la llegada de la lluvia. Por un instante ha regresado el sosiego y, al rato, el agua ha comenzado su cansino peregrinaje. Las gaviotas cesaron su jauría de gañidos y sólo se escuchan algunos ruidos cotidianos en el vecindario y el sonido apagado de una televisión.
He avanzado bastante en el primer tercio de la novela de Coe que da título a la entrada. Me ha costado entrar en la historia pero parece que ya estoy en ello. A ratos leo también las galeradas de Entrevías mon amour, la novela de Justo Sotelo que editaremos este próximo otoño.
Dos pequeños apuntes para la esperanza: un par de lectoras ayer domingo en la playa saliéndose de la norma. Nada, de Carmen Laforet (en una vieja edición de la colección Áncora y Delfín, de Destino) y El tambor de hojalata, de Grass.
La otra ciudad: Santander
Hace 10 años
3 comentarios:
A ver si las nubes son para refrescar el ambiente y no para acelerar el final del verano, esta tarde, habrán más libros abiertos, o realistamente quizá, más televisiones encendidas.
Está bien hacer de espía de libros.
Tendría que haber llovido antes que se quemaran todos nuestros bosques. Pero bienvenida sea la lluvia. Aqui en Valencia hace bastante calor.
saludos
ahora tendrás otro blog que mirar
Publicar un comentario