El pasado lunes compartí estudio de grabación en la Casa de la Radio, en Prado del Rey, con Manuel Rico, director de la colección Bartleby Poesía. Ignacio Elguero nos había invitado a participar en el programa La Estación Azul. Parece ser que con los últimos vaivenes en la dirección de programas del ente público este espacio dedicado a la poesía (y emitido por Radio 3) estuvo a punto de sucumbir. Al final se mantiene a flote en el océano de las madrugadas, a una hora imposible, no apta ni tan siquiera para poetas. Pero la era internet le ha dado el balón de oxígeno suficiente para mantener audiencias: basta pinchar un enlace y allí sobrevive la poesía que Javier Lostalé y Elguero, auténticos robinsones de las ondas, se empeñan en comunicar pese al signo de los tiempos. No os perdáis la lectura improvisada de un poema de Denise Duhamel que hizo Lostalé (también leyó con sabiduría a nuestros Faulkner y Shakespeare). La misma Duhamel a la que hace poco se denostaba en un suplemento cultural de tirada nacional, con un año de retraso, acusándola de no tener formación literaria: la misma que se gana la vida como profesora de Escritura Creativa y Literatura en una universidad de Florida...
Son malos tiempos para la poesía: los poetas malditos siguen muriéndose jóvenes, reventados sus pulmones por el cáncer y/o la heroína, pero como ellos eligieron en lugar de las páginas de un libro la notas de una guitarra o un piano, a cambio, han conseguido llevar sus versos del claroscuro de las salas nocturnas y vacías al reconocimiento de muchísimos más corazones. Que me digan, si no, las filas de condolencias que se forman ante el féretro de un poeta en España (cuando algunos no secuestran también el cadáver). Un viaje inverso que, por contra, a duras penas consigue ya la poesía por el conducto ordinario y que explica la conmoción que ha producido la prematura, y no por ello menos anunciada, desaparición de uno de los músicos-poeta encumbrados en el regocijo libertario de los ochenta: el líder de Nacha Pop. Me comenta Javier Cambronero, nuestro distribuidor, que mañana precisamente recibirán los ejemplares del libro con las letras de Antonio Vega que publica Demipage, editorial que compartirá con nosotros el exiguo espacio de la caseta de la Feria del Libro en un par de semanas (alquiler por el que la organización de la Feria, aprovechando que estamos en crisis, ha incrementado este año un 100% con respecto al coste de la edición pasada. Luego que nos expliquen a los editores independientes quiénes se volverán a repartir las ayudas destinadas a las pequeñas editoriales. Si se mencionara la nómina acreedora de las mismas del pasado año nadie se lo creería. O sí).
Estoy leyendo aquí y allá las crónicas sobre la muerte de Antonio Vega que van publicando desde ayer, martes, las ediciones digitales de los periódicos. Es cierto que La chica de ayer se ha convertido casi en un himno de aquellos trepidantes años ochenta. A mí me trae el aroma del recuerdo de un Paseo de Camoens repleto de peña dispuesta a disfrutar un concierto nocturno, el aire de la libertad y del triunfo -pasajero- de la noche. También alienta el nebuloso temblor de otras largas madrugadas de música y alcohol en garitos de la zona de Malasaña. El sabor único de un beso de despedida en un portal de Argüelles. Las largas y solitarias caminatas para pillar el nocturno en Cibeles. El pasillo en silencio de la casa familiar. Las madrugadas estrelladas de las interminables guardias en Romero Robledo. Mi paso fracasado por la Facultad de Ciencias Físicas de la Complutense (un recuerdo muy dulce, pese a lo que pueda parecer, que sobre todo permanece vivo cuando vuelvo a transitar el paseo que conduce desde el Rectorado, saliendo por la boca del metro de Moncloa, hasta ese jardín botánico que entonces era un erial con nombre pomposo y hoy apunta maneras de bosque profundo).
Perdido todo mi tesoro musical de aquellos años en cintas de casette grabadas de las emisiones radiofónicas, me he descargado con el Ares muchas de las canciones de Nacha Pop. No he podido dar, sin embargo, con la que para mí es la más estremecedora: una versión al piano de Una décima de segundo. Me escribía el otro día José Ángel Cilleruelo que en la literatura no hemos de olvidar nunca el gozo. Que por él escribimos y por él leemos. Y que sin él, nada de todo esto tiene sentido. Reflexioné sobre la multitud de tareas que acechan al editor cada día y, sobre todo, por cierta nostalgia que a veces me asalta ante la imposibilidad de poder entrar en una librería y curiosear entre las mesas de novedades y las estanterías con la inocencia de un lector cualquiera, sepultada ya -en cierta forma- la magia de tomar un libro entre las manos y fantasear con los mundos y los abismos que esconde entre sus páginas. José Ángel me contestó que había construido un poema borgiano, que mi enumeración de tareas parecía una colección de monstruos...
Y en la cercanía de la medianoche, con un sabor amargo en la garganta por una conversación telefónica a medias declaro, solemnemente, una obviedad: que en la vida, como en la literatura, no hemos de olvidar nunca el gozo. Aunque a veces nos lleve demasiado tiempo comprenderlo o lleguemos demasiado tarde para hacerlo. Y no sé si eso me salvará.
La otra ciudad: Santander
Hace 10 años
3 comentarios:
Desde el fragor de la madrugada, a punto de acostarme, te saludo al otro lado de la R-3, desde esta ventana a la oscuridad del Paseo de la Alameda de Osuna y tras escribir mi pequeña elegía, en forma de anotación en mi blog, a Antonio Vega. Yo soy cinco años mayor que él, todo un mundo teniendo en cuenta la época en que nos tocó, a él y a los suyos y a mí y a los míos, crecer y madurar. Siento que las bombas comienzan a caer a mi alrededor. Pero creo que lo mejor es obviar su poder desvastador porque por encima de todo está la vida. Y la vida seguirá alimentando mentes y corazones con poemas musicados como "La chica de ayer", "El sitio de mi recreo" y tantos otros... Se agradece tu entrada y lloro, aunque sea disimuladamente, contigo la pérdida de A. V.
Manolo, vamos a terminar por hacernos asiduos de las madrugadas. Yo me he pasado la noche en vela, trabajando. El tiempo se escabulle entre los dedos como si fuera arena de una playa imposible. Tranquilo, te queda cuerda para rato. Y nosotros que lo leamos. Muchos otros, testigos de esa generación que cayó en el pozo de la heroina, se quedaron atrás hace mucho tiempo...
Y sí, el gozo podría salvarnos. No: afirmo, rotundamente, que NOS SALVARÁ. Como me dijo alguien una vez: "por las noches es cuando estás s solas contigo mismo", y también se te podría corrir un poema. O un buen post. Será cosa de la hora bruja.
Un abrazo.
Publicar un comentario