27/9/10

Lobo Antunes en el Hay de Segovia:

 El sábado pasado una amiga, Tábata Peregrín, me propuso una escapada al Hay de Segovia. El viernes había estado de ronda de librerías por Ciudad Real: conocía a Cristina, de la librería Un cuerto propio, y a Román, de la Birdy. Pequeños espacios donde, cada uno a su manera, realizan un trabajo militante por la literatura y los libros. Así que el sábado, con un día radiante, nos plantamos en las taquillas del Hay situadas a los pies del acueducto. Lo primero fue una charla coloquio de mujeres corresponsales de guerra en un marco delicioso: la iglesia de San Juan de los Caballeros. Participaban Rosa María Calaf, Olga Rodríguez y Mayte Carrasco. El aforo, a reventar. La denuncia como centro: por la deriva hacia la nada que están tomando los medios, los escasos recursos que se ponen en estos tiempos para hacer llegar información de primera mano a las sociedades occidentales, la desidia informativa, las situaciones límite que se viven en los territorios en conflicto (en especial por parte de los más débiles) y, también, la precarización absoluta a la que cada vez (más) se ven sometidos los profesionales que acuden a estos lugares para hacer información.

El arrabal de San Lorenzo es una isla rural en el espacio urbano de la capital segoviana. Parece una reproducción Disney a escala de un pueblecito castellano puesto a propósito a los pies del milenario acueducto. Un rincón ideal para reponer fuerzas y equilibrar emociones. Aunque el plato fuerte de la jornada estaba por llegar: la charla-coloquio (o mejor dicho, la descarga emocional) que mantuvo el escritor luso António Lobo Antunes con su editor barcelonés en Random House Mondadori (Claudio López Lamadrid).
Uno ve llegar a Lobo Antunes con su pinta de señor mayor y malhumorado al estrado y se teme lo peor. Y, sin embargo, dos frases después ya está rendido ante la emotividad de su palabra. La verdad de las cosas. Con sencillez y profundidad. "Uno no puede vivir sin futuro", confesó L. A. al abordar el tema del cáncer. Fue tal el voltaje de la hora que duró el encuentro que yo salí con un nudo en la garganta, fascinado ante este hombre que me recordó mucho a John Berger. Luego fuimos a escuchar el encuentro que mantuvo Félix Romeo con Kirmen Uribe y Santiago Roncagliolo. Bastante decepcionante. La diferencia entre unos y otro fue tan abismal que no merece la pena ni ser comentada. Del nudo al hastío. De la literatura y la vida en mayúsculas a "mi libro" (y en letras bastante pequeñitas). Por cierto, a ver si alguien alguna vez explica al auditorio cómo es posible que el Premio Nacional de Narrativa le sea otorgado a una primera novela publicada en euskera por un jurado compuesto por miembros que no hablan esa lengua y cuando el libro no había sido, ni siquiera, traducido al castellano.

Ayer domingo me acerqué nuevamente, esta vez acompañado de uno de nuestros novelistas, Justo Sotelo (Entrevías mon amour) para escuchar a los responsables de cultura de algunos medios en una propuesta con un título muy sugerente: Yo digo lo que es cultura. Ignacio Bazarra y Carlos Gosch, de EFE, Emilio Sanz, de Antena 3 TV, y Borja Hermoso, de El País. Me hubiera gustado preguntar si se trató de invitar al responsable de cultura de Telecinco...
Pasamos un rato ameno, sin ningún gran descubrimiento: ellos hacen lo que pueden para los tiempos que corren. Eso sí, hubo un tironcillo de orejas para esos editores del grupo Formentor que, a su vez, habían levantado la voz hace unos días quejándose de los contenidos culturales de los medios y el espacio cada vez más preponderante que ocupan las propuestas de los grandes agentes en todos los ámbitos de la información cultural. Luego enlazamos con el encuentro con José María Merino, Martín Garzo y Esperanza Ortega, en el mismo Museo Esteban Vicente que el coloquio precedente. Fuegos de artificio.

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