Ayer por la mañana asistí en el teatro-auditorio Federico García Lorca de Getafe (Madrid), al emocionante homenaje póstumo al poeta Diego Jesús Jiménez. Muchos amigos de Diego aguantaron sobre el escenario con un nudo en la garganta: Paca Aguirre, Félix Grande, Juan Carlos Mestre, Antonio Hernández, Lupe Grande, Alexandra Domínguez, Ángel Luis Luján, Javier Lostalé y Manuel Rico. La excusa para este reencuentro con la familia de DJJ ha sido la publicación en la colección "Homenajes" que edita la Fundación Centro de Poesía José Hierro de la antología Escombros de la luz, una obra que ayudará a mostrar a las generaciones presentes y venideras el inmeso poder de seducción de la palabra de este poeta ajeno a todo. Yo soy muy de llorar a solas, en casa, en un rincón apartado, así que en estas cosas lo paso muy mal. Cuando ves la emoción contenida en las palabras de hombres que parecen -más que nunca- niños, cuando sus amigos, los de verdad, los que estuvieron a las duras y las maduras, codo con codo, a lo largo de décadas, en desencuentros y abrazos, en la lucha política contra la dictadura, en los largos paseos solitarios por Madrid o por el paisaje de Priego, los que compartieron comidas familiares y vieron crecer a sus hijos en la compañía de Diego y Társila y sus hijos y sus nietos, digo, cuando esos amigos se asoman al vértigo de la memoria amputada del que ya no está y le recuerdan con tanta carga emotiva inesperada es cuando cobran todo su sentido esa enigmática frase que, según nos confesó Mestre, DJJ le dijo en uno de sus últimos paseos: "la muerte no podrá vencerme". Sin duda, Diego, sin duda.
La otra ciudad: Santander
Hace 10 años
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