16/6/07

Por la sierra del agua.


"Dicen que no hay recuerdo que no tenga como telón de fondo un paisaje" (Manuel Rico, Por la sierra del agua, Gadir, 2006).
Acabo de concluir la lectura del último libro publicado por Manuel Rico. Se trata de un libro atípico en su producción, cuajada de excelentes novelas como El lento adiós de los tranvías o La mujer muerta y de media docena de poemarios en general bien acogidos por la crítica: nunca antes había escrito un libro de viajes, lo que acrecenta su mérito. Rico ofrece un recorrido sentimental por uno de los (pocos) territorios más a salvo del furor urbanita que envuelve a la ciudad de Madrid y su área metropolitana, el valle alto del río Lozoya. Agrupa aquí las anotaciones realizadas en una serie de escapadas por la comarca a lo largo de los primeros años de este siglo XXI, es decir, refleja en buena medida su realidad actual. Es un recorrido voluntarioso, emocionante en bastantes tramos, que desvela muchos de los paisajes ya transitados por el autor y transmutados en literatura en novelas como La mujer muerta o Trenes en la niebla. La lectura me devolvió, desde un principio, el sabor de otros libros viajeros leídos hace muchos años, cuando la emoción del viaje se limitaba a recordar las silenciosas madrugadas de verano en que, acompañando a mi padre, colocábamos todas nuestras pertenencias en el maletero del coche antes de iniciar el largo éxodo anual hacia el norte, hacia nuestro Edén particular del Occidente asturiano. A ese cosquilleo en la boca del estómago, como anticipo de lo que vendría tras unas ocho o nueve horas de carreteras imposibles, le siguieron otras sensaciones viajeras, las que trajeron las lecturas de libros como Castilla a pie, del segoviano Ignacio Sanz, publicado por Ediciones de la Torre a finales de los setenta o principios de los ochenta: libros que te permitían imaginar el olor de los campos de cereal recién segado después de una tormenta, carreteras solitarios por las que, al caer la tarde, caminaban sin rumbo los vecinos, frescas umbrías a las orillas de ríos exhaustos...; emociones que, tiempo después, me trajeron otras lecturas y otros paisajes (el Viaje por España de Víctor de la Serna, el Unamuno que se pateó la parte más occidental de la provincia salmantina y las estribaciones de Gredos, etc, etc), y que , sin duda, a día de hoy explican buena parte de las claves de mi espíritu buhonero.
Con esta obra, Rico ha conseguido reescribir en clave de mito el territorio que, como una cuña, se clava en las entrañas de Somosierra. Y ya te resultará imposible transitar por la A-1 y no ver el humo de los trenes que serpentean jadeantes por sus laderas en busca de algún túnel invisible, o seguir confidente el paso de caminantes solitarios custodios de algún secreto. Con las palabras de Manuel Rico el valle del Lozoya, y toda la parte más occidental del Macizo de Ayllón, se convierte, definitivamente, en un enigmático umbral que sólo puedo animarte a cruzar, lector, a través de estas páginas.

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