Mis amigos, los más allegados, sabían que llevaba días barrutando los nubarrones: un encendido correo-e de un lector nos alertó hace semanas de ciertos "fallos" que había detectado en nuestra edición de
Vivir sin poesía, la edición de la obra poética reunida de
Peter Handke traducida por Sandra Santana. Erratas e interpretaciones divergentes. Hoy publica
Babelia, suplemento semanal de cultura del diario El País, la esperada (y temida) crítica de
Cecilia Dreymüller sobre este libro. Esperada porque hace unos días, cuando entregaba los ejemplares recién salidos de la imprenta del último libro de Wislawa Szymbosrka en la redacción de Babelia, me confirmaron que la crítica de Handke estaba recibida hacía semanas y que la había realizado Dreymüller. Y temida por los antecedentes que comentaba...
Al editor no le queda más remedio que encajar las críticas, asumir los errores y esperar la oportunidad de una segunda edición para enmendarlos. Alabo, como siempre, la
valentía de ciertos críticos con ciertas editoriales: se echan de menos esos mismos mandobles cuando por el mercado editorial poético circulan desde hace décadas algunas traducciones inmundas publicadas por otras editoriales que celebran su cuarenta cumpleaños entre algodones, elogios, prevendas y manejos.
El editor, al menos en las editoriales independientes, pequeñas y concienzudas, no está para contar versos. Al menos no está sólo para eso. Imagino que en la crítica de Dreymüller se hace mención a la figura de "editor" que existe en los grandes grupos, la persona que hace de puente entre el autor y la preimpresión como hombre orquesta: corrector de estilo y orto-tipográfico, casi maquetista, confidente -muchas veces- con el escritor, etc, etc. En una pequeña editorial, el editor carga con las cajas, persigue a los morosos, visita librerías, atiende las ferias, revisa pruebas, redacta notas de prensa, negocia anticipos y contratos, financia las publicaciones, lee, indaga, descubre, se emociona leyendo un texto y hasta se enoja cuando las cosas no salen bien: da la cara, en suma, querida Cecilia.
Se agradecen las críticas que alumbran: no se puede cargar la balanza, por un lado, con los elogios al poeta (amigo personal del crítico, como en este caso) y vaciarla con zarpazos al traductor y al editor. Nadie sabe las horas de trabajo (y los años) que la traductora ha invertido para sacar adelante su texto, los controles internos que se han establecido para minimizar las posibles erratas. Sus años de formación: su curriculum. La valentía que tuvo al aceptar el encargo (a sabiendas de la dificultad que entrañaba un proyecto como éste). El cariño y las horas de sueño que todos los implicados hemos puesto en sacar adelante un libro tan complejo. El coste que todo eso tiene en una cuenta de resultados exhausta. Si hay versos que faltan, nos gustaría saber cuáles. Y si falla la comprensión lingüística, nos encantaría que se nos indicara dónde (para ponerlo en solfa). Claro que hay erratas (¿qué libro está exento de ellas?), pero el amable e indignado lector que las detectó tuvo el detalle de indicarlas. De ahí a inferir que éstas son incontables media un abismo: el que abre el ensañamiento. La tarea del crítico, en mi opinión, es hacer crítica, no despedazar piezas cobradas en cualquier cacería. La tarea del crítico es la de alumbrar, no la de oficiar de sepulturero. ¿O es que el crítico, querida Cecilia, es un ser tan limitado que sólo puede leer y analizar y reseñar obras traducidas de la lengua en la que está especializada?¿Acaso no puede leer y opinar el crítico sobre obras traducidas del ruso, del coreano o del senegalés si no las domina? ¿Se habrá perdido Dreymüller nuestras traducciones de Carver, Anne Michaels, Kapuscinski, Kerouac, Faulkner, Creeley, Robert Hass, Siri Hustvedt, Duhamel, C. K. Williams, Jaccottet, Yeats, John Berger, Sharon Olds, Billy Collins, Sylvia Plath, Szymborska, Jacques Ancet, Shakespeare o Natasha Trethewey, alabadas por la crítica?¿Habrá detectado deslices semánticos o formales en nuestra tarea anterior?¿Un ajuste de cuentas?¿Son materia exclusiva del crítico, entonces, las erratas deslizadas, los versos que supuestamente falten o la comprensión semántica? Seguro que no, vamos.
Nos gustaría que se nos señalaran los errores para corregirlos: pero nos mata la extensión de la sospecha. Ni la poesía de Handke es tan sublime ni la traducción que hemos publicado tan pésima, querida Cecilia.
A principios del mes de septiembre le escribí un correo electrónico a Cecilia Dreymüller: en él le comentaba, desconociendo que la crítica de Babelia se la habían encargado a ella, que habíamos editado este libro y le pedía una dirección postal para enviarle un ejemplar. Su respuesta fue el silencio. El mismo silencio con que el propio Handke ha respondido a todos los intentos de los periodistas de este país por obtener alguna respuesta a las entrevistas que le han enviado durante los meses pasados a cuenta de esta edición en español de su poesía reunida. Quién sabe si ambos silencios no están conectados.
Acabaré con una anécdota más: "alguien" descubrió hace meses, mientras trabajaba en una edición a otra lengua oficial del Estado español, que la alabada traductora de una célebre obra narrativa de uno de los autores estrella del catálogo de Alfaguara se había comido nada menos que dos páginas del texto en el original inglés. ¿Alguien reparó en ello en su momento?¿Llamamos a la Inquisición y prendemos las teas?¿Hacemos entonces anatema del desafortunado traductor o del despistado editor? O, mejor, ¿grabamos otra muesca en la cartuchera de algún avispado crítico?